domingo, 29 de junio de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
FESTIVIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO.
LOS CIMIENTOS DE LA IGLESIA.

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 12,1-11: Pedro es salvado de la prisión de Herodes por medio de un ángel. Mientras tanto la Iglesia “oraba insistentemente” a Dios para obtener su liberación. La Iglesia sigue orando por el Pontífice de Roma para que Dios le ayude en su misión.
  • Segunda lectura: Segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo 4, 6-8.17-18: San Pablo escribe a Timoteo su testamento espiritual. El apóstol dice que está a punto de ser sacrificado y, reconociendo la intervención del Señor en su vida, espera la salvación de Dios.
  • Evangelio: Mateo 16, 13-19: Jesús, consagra a Pedro como primer Papa de la Iglesia, y le confiere además todo el poder decisión en el cielo y en la tierra: las llaves del Reino de los Cielos. La figura de Pedro nos lleva a lo más profundo de las raíces de nuestra fe, a los orígenes de la Iglesia y nos hace sentirnos parte de una gran comunidad que empezó con él.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: En esta solemnidad de San Pedro y San Pablo, la liturgia nos brinda la oportunidad de profundizar y subrayar la figura de estos dos grandes santos que, además, son fundamento de la Iglesia, pilares en los que se apoya firmemente: Pedro y Pablo, el pueblo judío y la apertura a los gentiles, la fe y la misión. Hoy los destacamos en esta solemnidad que, por caer en domingo, prevalece sobre la liturgia de este día.
 Los dos profesaron la misma fe, pero cada uno vivió su experiencia de fe en conformidad con su temperamento, con sus convicciones y con sus sentimientos más profundos. Pedro era más primitivo, más inculto, más titubeante en sus convicciones, pero fue siempre sincero, espontáneo, dispuesto a reconocer y a llorar sus errores en el momento mismo en el que los reconoció. Dios mismo le reveló que Jesús era el Mesías, el Hijo de Dios vivo. El Maestro le hizo piedra y fundamento de su Iglesia. Pablo era más culto, más seguro de sí mismo, más iluminado, más batallador. Dios mismo le reveló que Jesús era el verdadero Mesías, nuestro único Salvador. El Maestro, mediante revelación particular, le envió a predicar su evangelio a los gentiles, a anunciar la superioridad de la fe en Jesús sobre la Ley de Moisés y los profetas. Los dos, a pesar de sus grandes diferencias, son piedras vivas y fundamentales en la edificación de la Iglesia de Cristo.
También, cada uno de nosotros somos distintos y debemos vivir nuestra fe, una misma fe, de acuerdo con nuestro propio temperamento, con nuestras propias convicciones, con nuestra propia manera de sentir y de amar a Dios y al prójimo. La fe cristiana, evidentemente, es una y única, pero la vivencia y la expresión de esa fe será siempre personal e intransferible, aunque nuestra profesión de fe se haga dentro de una misma Iglesia y dentro de una misma comunidad cristiana. Dios es uno y único, pero cada uno de nosotros nos relacionamos con él de forma particular. Lo importante es que no perdamos nunca la fe profunda y fundamental de Pedro y la fe católica y universal de Pablo. Y que seamos siempre religiosamente respetuosos con la fe de los demás.
Hemos de replantearnos nuestro seguimiento de Jesucristo. Pedro, la piedra sobre la que Jesucristo edifica su Iglesia, selló con su sangre la fidelidad al Maestro. “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia…” En reconocimiento de la respuesta de Simón Pedro, le da Jesús un nombre nuevo. Darle un nombre nuevo significa una nueva vocación y misión de Pedro. Participa ahora de la misión misma de Cristo, es decir Pedro se convierte en trabajador-compañero de Jesús- para la reconstrucción del nuevo Israel, la nueva casa y familia de Dios. Pablo fue capaz de reorientar su vida y dejarse seducir por ese Jesús al que persiguió anteriormente. Se sintió derribado de sus esquemas y de sus acepciones, de su sabiduría y de su altanería. Todo lo estimó en basura cuando lo comparaba con el amor/riqueza de Cristo. Pasó de la vehemencia a la docilidad ante Dios.
Tenemos que reconocer que Jesucristo es realmente la piedra angular de este nuevo “edificio”, que es la Iglesia. Comenzando desde Pedro, todos los apóstoles y sus seguidores estamos destinados a participar en esta vocación y misión de Cristo, el Maestro, reconocido como el Hijo de Dios vivo. La legitimidad de esta función nace del mandato dado a Pedro por Jesús. De aquí surge también la seguridad de que, mientras permanezcamos fieles a este mandato, ningún poder, ni terreno ni sobrehumano, prevalecerá sobre nosotros. Pedro y Pablo cuestionan nuestra vida mediocre y nos replantean nuestro seguimiento de Jesucristo. Ahora nadie va atentar contra nuestra vida, no seamos cobardes a la hora de demostrar nuestro amor a Jesús. Amen.

domingo, 15 de junio de 2014

DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES. LA SANTISIMA TRINIDAD. Ciclo A
EL MISTERIO DE DIOS.
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • Primera lectura: Ex 34, 4b-6. 8-9. Dios se revela. Dios se revela a Moisés no como un Dios lejano y terrible, sino compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Dios está cerca de su pueblo y lo acompaña siempre.
  • Segunda lectura: 2Co 13, 11-13. El Señor esté siempre con nosotros. La fórmula de saludo trinitario que Pablo dirige a los corintios manifiesta la relación de Dios con los creyentes. Por la fuerza, gracia y comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cristianos estamos llamados por la vocación recibida a vivir en unidad, amor y paz para ser signos de la presencia de Dios en el mundo.
  • Evangelio: Jn 3, 16-18. Dios salva al mundo. Dios ha amado de muchas maneras a los hombres, sobre todo cuando ha enviado a su propio Hijo como Salvador. Quien cree no es juzgado, sino salvado.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Después de las festividades pascuales y antes del Corpus, celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad: Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, fiesta de Dios, del centro de nuestra fe. Cuando se piensa en la Trinidad, por lo general viene a la mente el aspecto del misterio: son tres y son uno, un solo Dios en tres Personas. Incomprensible para la razón humana. Claro que incomprensible, porque el misterio es todo aquello inaccesible a la explicación racional. Pero en realidad, Dios en su grandeza no puede menos de ser un misterio para nosotros y, sin embargo, él se ha revelado: podemos conocerlo en su Hijo, y así también conocer al Padre y al Espíritu Santo.
La liturgia de hoy, en cambio, llama la atención no tanto hacia el misterio, cuanto hacia la realidad de amor contenida en este primer y supremo misterio de nuestra fe. El Padre, el Hijo y Espíritu Santo son uno, porque Dios es amor, y el amor es la fuerza vivificante absoluta, la unidad creada por el amor es más unidad que una unidad física. El Padre da todo al Hijo; el Hijo recibe todo del Padre con agradecimiento; y el Espíritu Santo es como el fruto de este amor recíproco del Padre y del Hijo.
Los textos de la santa misa de hoy hablan de Dios y por eso hablan de amor; no se detienen tanto sobre el misterio de las tres Personas, cuanto sobre el amor que constituye su esencia, y la unidad y trinidad al mismo tiempo.
La primera lectura está tomado del Libre del Éxodo y sorprende que la revelación del amor de Dios tenga lugar después de un gravísimo pecado del pueblo. El falta a la fidelidad trabada con Dios en el hecho de la Alianza en el monte Sinaí. Aprovechando la ausencia de Moisés, presiona a Aarón que le haga un dios que sea visible, accesible, manipulable, al alcance del hombre, porque el Dios de Moisés es misterioso y lejano. Aarón consiente, y prepara un becerro de oro. Moisés se indigna rompiendo las tablas de la ley que acababa de recibir de Dios; y con ese gesto de enfado se teme lo peor: el enfado de Dios.
Sin embargo, Dios por intercesión de Moisés, decide perdonar e invita a Moisés a volver a subir al monte para recibir de nuevo la ley, los diez Mandamientos y renovar el pacto. Moisés pide entonces a Dios que se revele, que le muestre su rostro. Pero Dios no muestra el rostro, más bien revela que está lleno de bondad con estas palabras: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Este es el rostro de Dios. Esta autodefinición de Dios manifiesta su amor misericordioso: un amor que vence al pecado, lo cubre, lo elimina. Y podemos estar siempre seguros de esta bondad que no nos abandona. No puede hacernos revelación más clara. Nosotros tenemos un Dios que renuncia a destruir al pecador y que quiere manifestar su amor de una manera más profunda y sorprendente precisamente ante el pecador para ofrecer siempre la posibilidad de la conversión y del perdón.
El Evangelio completa esta revelación, que escuchamos en la primera lectura, porque indica hasta qué punto Dios ha mostrado su misericordia. El evangelista san Juan refiere esta expresión de Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
En el mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios podría venir para juzgar a este mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio, muestra que ama al mundo, que ama al hombre, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo Unigénito. Y no sólo lo envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó los pecados y acogió a todos. Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo, guiado por el Espíritu Santo, dio su propia vida por nosotros y por nuestra salvación en la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, creamos en el Dios uno y trino no como un dios misterioso y lejano, sino como un Dios que amor, que perdona y salva al hombre. Amén.

domingo, 8 de junio de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

DOMINGO DE PENTECOSTES
ENVÍA TU ESPÍRITU, SEÑOR.
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles, 2,1-11: El Evangelista Lucas subraya la doble dimensión de la irrupción del Espíritu sobre los apóstoles. La primera es interna, a saber, la transformación de los discípulos; la segunda es externa. Pentecostés es el inicio de un movimiento encaminado a unir un mismo sentir a los que son diferentes.
  • 2ª Lectura: Primera Corintios 12,3b-7.12-13: Desde el principio de la Iglesia se creyó que el Espíritu era uno de los grandes dones concedidos a la comunidad cristiana. Es el lazo de unión entre los miembros de la Iglesia. La diversidad de carismas o dones se vive en la unidad de la comunidad y para el bien común. La Iglesia es, además, un cuerpo con muchos miembros al servicio de la totalidad del cuerpo. Todo es efecto del Espíritu Santo.
  • Evangelio: Juan 20,19-23: Cristo resucita el primer día de la semana y se aparece a sus discípulos. Estando en medio de ellos, les saludó con la paz pascual y muestra sus manos y costado. La paz va unida a la pasión. Luego los envía a ser portadores del evangelio y les capacita para perdonar los pecados.
Queridos hermanas y hermanos en Cristo: Pentecostés es un tiempo privilegiado para invocar al Espíritu del Señor Jesús, que siempre trae consigo los dones y carismas que le son propios. Dos signos describen la fiesta de Pentecostés: el primero es perceptible a l oído: “ruido del cielo”; el segundo, perceptible a la vista: “vieron aparecer una lenguas de fuego”. En realidad, ni se oye ni se ve, solamente “se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas”.
Habitamos en un mundo en el que se dan los síntomas de la confusión de lenguas. Es muy difícil ponernos de acuerdo para conseguir la paz y evitar las guerras; eliminar el hambre en el mundo y crear justicia; implantar la democracia y respetar los derechos humanos… Hay odios sembrados, como minas bajo tierra, que dan fruto de muerte y destrucción. Hay egoísmos disfrazados de piel de cordero que muerden y hacen sangrar los corazones. Hay orgullos prepotentes que desprecian y marginan a los sencillos…
El católico, en cambio, es portador del don del Espíritu que transforma y recrea. El Espíritu de verdad nos libera de la mentira y falsedad. El Espíritu de paz elimina guerras y odios, envidias y enemistades, y crea fraternidades entre los hombres y mujeres. El Espíritu de vida visita a los afligidos, consuela a los tristes, ayuda a los pobres. El Espíritu de sabiduría ilumina las mentes (oscuras) para descubrir el sentido del misterio divino. El Espíritu Santo es el verdadero protagonista de la historia después de la resurrección de Cristo y es el protagonista de nuestra santificación y perfección de cada día. AMÉN.

lunes, 2 de junio de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

VII DOMINGO DE PASCUA. Ciclo A
MIRAD AL MUNDO...
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. La Ascensión del Señor es el final de la etapa temporal de Jesús en la tierra. Pero es bueno llamar la atención sobre el empecinamiento de los apóstoles al respecto de la "construcción del reino de este mundo". Jesús ha permanecido cuarenta días a su lado, con unas características físicas tan especiales que era ya difícil dudar sobre su divinidad. Y sin embargo, los discípulos hablan del "éxito futuro y material".
  • 2ª Lectura: Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23. Cristo está sentado a la derecha de Dios, en el cielo, y por encima de cualquier criatura o poder. Crea y condensa San Pablo, además, la doctrina de la Iglesia y de su Cabeza, el Señor Jesús.
  • Evangelio: Mateo 28, 16-20. Los ultimo versículos del evangelio de Mateo, nos ofrecen una promesa prodigiosa que tiene que marcar nuestras vidas: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Jesús, permanecerá siempre a nuestro lado, estará cerca de nosotros, si lo buscamos.
El lugar donde Jesús reúne a los discípulos es significativo, en Galilea, en los márgenes, donde comenzó su misión, y en un monte, donde congregó a todo el pueblo. Nosotros también somos discípulos. ¿Dónde nos cita Jesús? ¿Dónde nos reunimos con Él y con los demás?
La presencia de Jesús da lugar a la adoración y a la duda. La fe está mezclada con la duda, compañera inseparable de la fe itinerante. Es el claroscuro de la fe: fe y vacilación, claridad y desconcierto... Jesús se nos acerca. Siempre está cerca. Nos invita y anima a seguir su camino, a ponernos en camino. No dice que nos quedemos esperando a que venga la gente, sino que salgamos hacia donde están las personas, sus alegrías, sus dificultades, sus esperanzas..., y que nos comprometamos en el empeño de trabajar para que nuestro mundo sea más justo, más solidario, más limpio, más fraterno, más libre, más pacífico, más feliz. La tarea está en la vida de cada día. La fórmula “Padre, Hijo y Espíritu Santo”, nos recuerda que Dios es Amor. Amor comunicado. Su gloria y su poder es amar. Igual que la nuestra.
Jesús nos encarga mostrar, con nuestras palabras y nuestra vida, el modelo que nos dejó: su humanidad profunda, su personalidad sensible, su coherencia y valentía, su mirada misericordiosa, su libertad y solidaridad, su capacidad de servir. Mostremos que Dios es amor, amando. Que es misericordia, acogiendo y aliviando. Que es gozo, viviendo y contagiando alegría. Mostremos que Dios es comunidad, compartiendo, uniendo, colaborando...
Es nuestra misión hacer presente su presencia en el mundo, comunicar la Buena Noticia, ser Buena Noticia. Son las últimas palabras de Jesús en los tres sinópticos. No hay dolor de despedida, es un mensaje de consuelo, alegría y júbilo. Una gran noticia. La Ascensión no es el final de la actividad de Jesús, es el comienzo de la misión de sus seguidoras y seguidores. Él sigue con nosotros, alimenta nuestra esperanza y nos hace capaces de proporcionar esperanza a los demás.
Jesús nos dice: vivid como yo he vivido. No miréis a las nubes; mirad al mundo y tratad de poner el cielo en la tierra. Para lograrlo no estamos solos ni abandonados. Él nos acompaña todos los días.