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sábado, 9 de octubre de 2010
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
LA GRATITUD DE LOS EXTRANJEROS
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: II Reyes 5, 11-17: El extranjero curado y agradecido. Naamán había considerado como una ofensa lo que había dicho el profeta: Reconoce luego con gratitud el don de la curación y la bondad de Dios. Desde entonces sirvió únicamente al Dios de Israel.
- 2ª Lectura: II Timoteo 2,8-13: Muertos y resucitados con Cristo. El Apóstol puede ser encadenado y hecho prisionero, pero la Palabra de Dios no puede ser encadenada, es siempre libre y hay que seamos libres cuando aceptamos el morir y vivir con él.
- Evangelio: Lucas 17,11-19: Un samaritano curado y agradecido. Naamán y el leproso del evangelio han sido curados. Su agradecimiento y fe se traducen en reconocimiento y alabanza.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Enseñamos a los niños a decir gracias cuando hayan recibido un favor de alguien, y al mismo tiempo les construimos un mundo donde apenas tiene cabida la gratitud. ¡Vaya contradicción! Pues, reclamamos sólo y únicamente nuestros derechos y olvidamos muchas veces nuestros deberes.
Mucha gente no sabe agradecer la vida ni la bondad fundamental de las personas. No sabe alabar ni agradecer a Dios… Para agradecer es preciso superar el egoísmo inmaduro o la indiferencia.
Las lecturas de este Domingo vigésimo octavo nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre el agradecimiento.
En la primera lectura se nos ofrece el ejemplo de un hombre que encontró la salud y la salvación por su confianza y su fe en el profeta de Dios. Y las alcanzó por medio del agua del Jordán.
En el Evangelio de hoy se nos muestra el ejemplo de unos hombres que alcanzaron su salud al confiar en la palabra de Jesús que les manda presentarse a los sacerdotes para que certifiquen su curación. Al aceptar el mandato de Jesús quedan curados de su lepra.
Tenemos que ver lo hay más allá del milagro de la curación. Lavarse siete veces en el Jordán o ir a presentarse a los sacerdotes no tiene valor curativo, no tiene fuerza medicinal. Lo que salva al cuerpo e ilumina el alma es la fe que se manifiesta al hacer lo que manda el Señor; es el confiar en lo que dice el profeta o lo que manda Jesús.
Diez leprosos curó el Señor, según el Evangelio de hoy. Sólo uno volvió dando gracias a Dios porque intuyó, a través del signo de la curación, al Salvador. Para los otros nueve el encuentro saludable con Jesús no fue distinto al que hubieran podido tener con un curandero o un exorcista. Les contentó dejar la lepra. Con eso quedaron satisfechos. No pasaron de la curación a la salvación; de la salud del cuerpo, al encuentro salvador con Dios.
También hoy Dios sigue sanando, salvando, por el agua en el sacramento del Bautismo y sigue mandando ir a los sacerdotes en el sacramento de la Penitencia o Confesión. Por medio de cosas tan sencillas y al alcance de todos, se realiza el gran milagro del encuentro con Dios, el gran milagro de la sanación, no sólo de los cuerpos sino también de las almas.
El Evangelio nos muestra la acción de Jesús basada en la súplica de aquellos hombres enfermos: “si quieres puedes curarnos, ten compasión de nosotros”.
Si reconociéramos nuestra condición de pecadores, de enfermos espirituales, también acudiríamos a Jesús y él nos concedería su perdón, su salvación, como se lo concedió a aquellos hombres que se la pidieron con fe. La fe es la que salva.
Al mismo tiempo, surgiría en nosotros una actitud de sincero agradecimiento para con Dios y con los hermanos que nos ayudan. La fe llena de gozosa alegría a quien es consciente del regalo que Dios le ha hecho.
Si los leprosos se sintieron alegres al recuperar su salud al cumplir el mandato de Jesús, nosotros debemos sentirnos gozosos al sabernos perdonados y redimidos por el mismo Jesús, el Señor. Amén.
RECUPERAR LA GRATITUD (Se volvió alabando a Dios Lc 17, 11-19)
Se ha dicho que la gratitud está desapareciendo del «paisaje afectivo» de la vida moderna. José Antonio Marina, autor de libros tan interesantes como «Ética para náufragos», recordaba recientemente que el paso de Nietzsche, Freud y Marx nos ha dejado empantanados en una "cultura de la sospecha" que hace difícil el agradecimiento.
Se desconfía del gesto realizado por pura generosidad. Según el profesor, «se ha hecho dogma de fe que nadie da nada gratis y que toda intención aparentemente buena oculta una impostura». Es fácil entonces considerar la gratitud como «un sentimiento de bobos, de equivocados o de esclavos».
No sé si esta actitud está tan generalizada. Pero sí es cierto que en nuestra «civilización mercantilista», cada vez hay menos lugar para lo gratuito. Todo se intercambia, se presta, se debe o se exige. Naturalmente en este clima social la gratitud se hace innecesaria.
Cada uno tiene lo que se merece, lo que se ha ganado con su propio esfuerzo. A nadie se le regala nada.
Algo semejante puede suceder en la relación con Dios si la religión se convierte en una especie de contrato con la Divinidad: «Yo te ofrezco oraciones y sacrificios y Tú me aseguras protección. Yo cumplo lo estipulado y Tú me recompensas.» Desaparece así de la experiencia religiosa el sentimiento más genuino que es la alabanza y la acción de gracias a Dios, fuente y origen de todo bien.
Para muchos creyentes, recuperar la gratitud puede ser el primer paso para sanar su relación con Dios. Esta alabanza agradecida no consiste primariamente en tributarle elogios ni en enumerar los dones recibidos. Lo primero es captar la grandeza de Dios y su bondad insondable. Intuir que sólo se puede vivir ante El dando gracias. Esta gratitud radical a Dios desencadena en la persona una forma nueva de mirarse a sí misma, un modo nuevo de relacionarse con las cosas y una actitud diferente ante las personas.
El hombre agradecido sabe que no es el origen de sí mismo; su existencia entera es don de Dios. Las cosas que le rodean adquieren una profundidad antes ignorada; no están ahí sólo como objetos que sirven para satisfacer unas necesidades; son signos de la gracia y la bondad del Creador. Las personas que encuentra en su camino son también regalo y gracia; a través de ellas se le ofrece la presencia viva de Dios.
De los diez leprosos curados por Jesús, sólo uno vuelve «glorificando a Dios» y sólo él escucha las palabras de Jesús: «Tu fe te ha salvado.» El reconocimiento gozoso y la alabanza a Dios siempre son fuente de salvación.
José Antonio Pagola
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