sábado, 30 de abril de 2011

II DOMINGO DE PASCUA


¡SEÑOR MIO Y DIOS MIO!

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 2, 42-47: Los cristianos encontraban en la oración y en la fracción del pan la fuerza necesaria para mantenerse unidos y dar testimonio del Resucitado.
2ª Lectura: Primera Carta del Apóstol San Pedro 1, 3-9: El resucitado es la garantía de la firme esperanza; no es una esperanza vacía, sino viva y fundada en la resurrección de Cristo. Su fruto es la alegría y la confianza cuando llegan los tiempos difíciles.
Evangelio: Juan 20, 19-31: Es difícil creer en la vida cuando nos rodea la muerte. Los apóstoles han vivido la experiencia de la muerte de Jesús y ahora se abren al misterio de su resurrección. El que había sido crucificado se aparece con los signos de su pasión y muerte. Cristo no está condicionado por las leyes del cosmos o de la historia, no conoce barreras. Comunica paz y da su Espíritu. Y al que es incrédulo lo hace creyente.
Vivir “al anochecer”, “con las puertas cerradas”, “con miedo a las autoridades”, es seguir en lo antiguo, no haber visto ni experimentado al Resucitado. Vivir como personas ocultas, replegadas, a la defensiva, es propio de quien no tiene mensaje, alegría, ilusión ni vida que transmitir. Jesús abre las puertas que cierra el miedo, el formalismo, la inercia, la cobardía...
Jesús no contempla la existencia humana como un espectador, desde fuera. Él está en el centro de nuestra vida, en el centro de nuestros dolores y alegrías, de nuestros anhelos, inquietudes y esperanzas. Sana, salva, libera... desde dentro, dando a todo sentido. Desear paz es ofrecer luz, confianza, esperanza de un futuro siempre nuevo que se abre con la Resurrección de Jesús.
Jesús es nuestra alegría y nuestra paz. La armonía con nosotros mismos y con los demás, con la naturaleza y con Dios. Todos somos enviados a hacer lo que hemos visto hacer a Jesús, a continuar y actualizar su vida y su mensaje. El encuentro con Jesús resucitado transforma a las personas, llena la vida de alegría, ilusión y paz auténtica. Libera del miedo, abre nuevos horizontes e impulsa a dar testimonio creíble de la Buena Noticia, a construir el Reino, a hacer visible su Presencia.
El Espíritu es el gran don de la Pascua. Jesús nos envía su Espíritu, su Aliento, su Ánimo, su Vida para que nos empapemos de Él, y lo contagiemos y comuniquemos a los demás. De forma que el mundo identifique fe en Jesús con personas alegres, sensibles y luchadoras por una vida mejor, más libre, plena, justa y feliz para todos. “El Espíritu no quiere ser visto, sino ser en nuestros ojos la luz”.
El perdón es fruto de la paz, es la virtud de la persona nueva y resucitada. Quien se siente y se sabe gratuita e incondicionalmente perdonado se capacita para perdonar. El perdón despierta esperanza y confianza en quien perdona y en quien es perdonado. Perdonar es parte de la misión encomendada por Jesús a todos sus seguidores y seguidoras: “Perdonaos unos a otros”. Todos estamos llamados a ser, de múltiples maneras, signos y fuente del perdón-compañía-acogida... que es Dios.
¿He visto al Señor? ¿Dónde, cuándo, en quién lo veo? ¿A quién se lo cuento?
Es una suerte y un alivio que en el Evangelio aparezcan personas como Tomás,
personas que dudan, que tienen dificultades con la fe. Nos resulta fácil identificarnos con él. A veces nuestra fe quiere certezas -ver y tocar-, convencernos por la propia experiencia más que por la de otras personas. En esos momentos nos tranquilizará recordar que, como decía el Cardenal Newman, “la fe es la capacidad de soportar dudas”.
La duda puede tener también sus aspectos positivos. Dudar puede significar que no ponemos nuestra confianza en cosas superficiales, que somos peregrinos siempre en búsqueda. Dudar puede significar que nuestra fe no se basa sólo en lo que nos han transmitido, sino que, además de ser don de Dios, es también conquista nuestra, que pide nuestro "sí" personal, en medio de la ventolera de ideas que haya a nuestro alrededor, que pueden hacer tambalear nuestras seguridades en un momento determinado. Podemos aprender de la duda de Tomás a despojamos de falsos apoyos, a estar un poco menos seguros de nosotros mismos y aceptar la purificación que suponen los momentos
de búsqueda e inseguridad.
El empeño de Jesús le hace atravesar, en dos ocasiones, las puertas cerradas. Jesús se acerca a Tomás con amor y simpatía. La misma actitud que tiene con nosotros. Acompaña nuestra búsqueda y, cuando dudamos, está más cerca de lo que pensamos. Del más “incrédulo” brota una gran confesión de fe : “Señor mío y Dios mío”. Jesús sigue mostrándonos sus llagas, para que le reconozcamos en ellas y, como a Tomás, sigue invitándonos a tocarlas y a aliviarlas en tantas personas heridas en el alma y en el cuerpo.
La duda de Tomás consigue el gran regalo de la última bienaventuranza de Jesús para l@s cristian@s de todos los tiempos. Ojalá que las personas que no "ven" a Jesús puedan descubrirlo por el testimonio de quienes se consideran sus seguidores y seguidoras.
Si el testimonio de l@s creyentes y de la comunidad eclesial fuera de unión, acogida, alegría, apertura, solidaridad, valentía, compasión, pobreza, servicio, entusiasmo, paz, ilusión, sinceridad... Si el testimonio fuera realmente EVANGÉLICO, seguramente no se necesitarían milagros ni apariciones para creer en Jesús.
El evangelio está escrito «para que creáis» y así «tengáis vida en su nombre».
La fe provoca las actitudes propias de quien se sabe querido, protegido y acompañado. Nuestra fe y adhesión a Jesús se traducen en signos de vida para el mundo. Nuestros signos son vivir como personas resucitadas y resucitadoras, sin miedo, en paz, con entusiasmo y alegría, porque tenemos misión, porque Jesús está en medio de nosotros.
¿Soy consciente de que mi fe, si es auténtica, ha de traducirse en signo y misión?

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