XXXII DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO. Ciclo B
“LAS
DOS VIUDAS GENEROSAS”
Ideas
principales de las lecturas de este domingo
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1ª Lectura: I Reyes 17,10-16: La viuda de Sarepta. La fragilidad de Elías y la de la viuda
se combinan para dar lugar a la manifestación del poder de Dios que nunca
olvida a los débiles.
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2ª Lectura: Hebreos 9,24-28: Cristo volverá para salvar. Cristo es necesariamente el
punto de referencia: ofrece su existencia entera para salvar a los que esperan
en él. Cristo saldrá de nuevo del santuario eterno y vendrá, no para morir sino
para salvar a los que creen y esperan.
-
Evangelio: Marcos 12,38-44: La viuda del templo. Jesús, estando con sus discípulos,
resalta el gesto de la viuda pobre. Vale más ante Dios un gesto hecho con
sencillez y amor generoso que el gesto de dar mucho con ostentación interesada.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: En este trigésimo segundo Domingo del Tiempo
Ordinario, la liturgia de la Palabra nos habla de dos actitudes ‘insanas’ que
se dan en los humanos: la ostentación
(o la soberbia) y la avaricia (o la
racanería); y aparecen, como remedio, otras dos actitudes buenas: la humildad y la generosidad. Las tres lecturas abundan más en el tema de la generosidad. La carta a los Hebreos
hace referencia a la generosidad de Cristo: “se
ofreció para quitar los pecados de todos”. Las otras dos lecturas tienen
como protagonista la generosidad de dos viudas: una, la de Sarepta (1ª lectura), que es generosa con el profeta
Elías, al darle hasta lo que le quedaba para vivir ella y su hijo. Otra, la del evangelio, que es generosa
con Dios, ayudando al mantenimiento del culto. Así tenemos tres modelos de
personas generosas y humildes: el mismo Cristo
que ofrece su propia vida para quitar los pecados de todos y las dos viudas que dan lo poco que tenían para que vivan otros.
Es
muy llamativo que Jesús, en el evangelio, empiece su discurso con una
advertencia: “¡Cuidado con los escribas!
Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza,
buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los
banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos”
(Mc 12,38b-40). Los escribas eran los
maestros de la ley, que destacaban por su sabiduría, que les daba, aparte
del prestigio social, una posición dominante sobre el resto del pueblo. El
saber es poder. Cualquiera que maneja bien una parcela del saber, tiene
en sus manos la oportunidad de manipular y dominar a los más débiles, si así lo
prefiere. Éste es el peligro que Jesús señala a sus discípulos, para que se
cuiden de los abusos de los escribas, y eviten que hagan lo que ellos hacen. Cada
persona, en esta vida, sabe hacer algo, mejor que los demás. Si se deja llevar
por el prestigio y la sabiduría que posee, puede actuar igual que los escribas
del evangelio. El don de la sabiduría nos viene de Dios. No debemos vanagloriarnos
de ello, ni quedárnoslo para nosotros mismos, sino para compartirlo con los
demás. Y lo compartimos utilizándolo para solucionar los problemas que la vida
plantea a los hombres. Por eso dice el evangelista Juan que “nadie puede arrogarse nada si no se le ha
dado del cielo…” (Jn 3,27).
Jesús
señala también, en el evangelio de hoy, otra desviación de los escribas: “devoran los bienes de las viudas”. Esta
actitud tiene un nombre propio: avaricia
o el amor al dinero. Jesús advierte el peligro del amor a las riquezas. Piensa
que muchos males vienen de la avaricia por el dinero, del querer más y más, del
no conformarse con lo que se tiene. La avaricia es una pasión o enfermedad espiritual que produce la
atadura a los bienes materiales. Una atadura que se manifiesta en el gozo por poseer las riquezas, la
preocupación por conservarlas, la dificultad en separarse de ellas y la pena
que se siente al darlas. En la base de esta pasión por las riquezas se encuentra la inquietud e inseguridad que todo ser
humano tiene de cara al futuro, un futuro que no conoce ni es dueño de él. El
carácter patológico de la avaricia o al amor al dinero y deseo de tener más, se
manifiesta especialmente en las relaciones del ser humano consigo mismo y con
el prójimo. Por una parte, el hombre
avaro prefiere el dinero a su propia salvación; y, por otra, rompe el proyecto
de fraternidad e igualdad diseñado por Dios.
El
ejemplo de las dos viudas de la Palabra de Dios de hoy, nos invita a romper los
moldes de la lógica de la prudencia, la previsión y lo razonable en el terreno
de los bienes de este mundo. Ambas viudas, a pesar de su pobreza, dieron lo único
que les quedaba para vivir. Su dar se convirtió en darse. Y así se hicieron
ricas a los ojos de Dios. Su riqueza estaba dentro. Poseían la riqueza interior
que es la que nos hace falta muchas veces en nuestra vida. Sin riqueza
interior, el pobre puede ser avaro, rencoroso y muy egoísta, y el rico muy
pobre y generoso. Sin este tesoro nadie puede hacerse pobre por los demás ni
rico ante Dios.
Amén.
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