domingo, 11 de noviembre de 2012

CATEQUESIS DOMINICAL

XXXII DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO. Ciclo B
“LAS DOS VIUDAS GENEROSAS”

Ideas principales de las lecturas de este domingo
-          1ª Lectura: I Reyes 17,10-16: La viuda de Sarepta. La fragilidad de Elías y la de la viuda se combinan para dar lugar a la manifestación del poder de Dios que nunca olvida a los débiles.
-          2ª Lectura: Hebreos 9,24-28: Cristo volverá para salvar. Cristo es necesariamente el punto de referencia: ofrece su existencia entera para salvar a los que esperan en él. Cristo saldrá de nuevo del santuario eterno y vendrá, no para morir sino para salvar a los que creen y esperan.
-          Evangelio: Marcos 12,38-44: La viuda del templo. Jesús, estando con sus discípulos, resalta el gesto de la viuda pobre. Vale más ante Dios un gesto hecho con sencillez y amor generoso que el gesto de dar mucho con ostentación interesada.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: En este trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia de la Palabra nos habla de dos actitudes ‘insanas’ que se dan en los humanos: la ostentación (o la soberbia) y la avaricia (o la racanería); y aparecen, como remedio, otras dos actitudes buenas: la humildad y la generosidad. Las tres lecturas abundan más en el tema de la generosidad. La carta a los Hebreos hace referencia a la generosidad de Cristo: “se ofreció para quitar los pecados de todos”. Las otras dos lecturas tienen como protagonista la generosidad de dos viudas: una, la de Sarepta (1ª lectura), que es generosa con el profeta Elías, al darle hasta lo que le quedaba para vivir ella y su hijo. Otra, la del evangelio, que es generosa con Dios, ayudando al mantenimiento del culto. Así tenemos tres modelos de personas generosas y humildes: el mismo Cristo que ofrece su propia vida para quitar los pecados de todos y las dos viudas que dan lo poco que tenían para que vivan otros.
Es muy llamativo que Jesús, en el evangelio, empiece su discurso con una advertencia: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos” (Mc 12,38b-40). Los escribas eran los maestros de la ley, que destacaban por su sabiduría, que les daba, aparte del prestigio social, una posición dominante sobre el resto del pueblo. El saber es poder. Cualquiera que maneja bien una parcela del saber, tiene en sus manos la oportunidad de manipular y dominar a los más débiles, si así lo prefiere. Éste es el peligro que Jesús señala a sus discípulos, para que se cuiden de los abusos de los escribas, y eviten que hagan lo que ellos hacen. Cada persona, en esta vida, sabe hacer algo, mejor que los demás. Si se deja llevar por el prestigio y la sabiduría que posee, puede actuar igual que los escribas del evangelio. El don de la sabiduría nos viene de Dios. No debemos vanagloriarnos de ello, ni quedárnoslo para nosotros mismos, sino para compartirlo con los demás. Y lo compartimos utilizándolo para solucionar los problemas que la vida plantea a los hombres. Por eso dice el evangelista Juan que “nadie puede arrogarse nada si no se le ha dado del cielo…” (Jn 3,27).
Jesús señala también, en el evangelio de hoy, otra desviación de los escribas: “devoran los bienes de las viudas”. Esta actitud tiene un nombre propio: avaricia o el amor al dinero. Jesús advierte el peligro del amor a las riquezas. Piensa que muchos males vienen de la avaricia por el dinero, del querer más y más, del no conformarse con lo que se tiene. La avaricia es una pasión o enfermedad espiritual que produce la atadura a los bienes materiales. Una atadura que se manifiesta en el gozo por poseer las riquezas, la preocupación por conservarlas, la dificultad en separarse de ellas y la pena que se siente al darlas. En la base de esta pasión  por las riquezas se encuentra la inquietud e inseguridad que todo ser humano tiene de cara al futuro, un futuro que no conoce ni es dueño de él. El carácter patológico de la avaricia o al amor al dinero y deseo de tener más, se manifiesta especialmente en las relaciones del ser humano consigo mismo y con el prójimo.  Por una parte, el hombre avaro prefiere el dinero a su propia salvación; y, por otra, rompe el proyecto de fraternidad e igualdad diseñado por Dios.
El ejemplo de las dos viudas de la Palabra de Dios de hoy, nos invita a romper los moldes de la lógica de la prudencia, la previsión y lo razonable en el terreno de los bienes de este mundo. Ambas viudas, a pesar de su pobreza, dieron lo único que les quedaba para vivir. Su dar se convirtió en darse. Y así se hicieron ricas a los ojos de Dios. Su riqueza estaba dentro. Poseían la riqueza interior que es la que nos hace falta muchas veces en nuestra vida. Sin riqueza interior, el pobre puede ser avaro, rencoroso y muy egoísta, y el rico muy pobre y generoso. Sin este tesoro nadie puede hacerse pobre por los demás ni rico ante Dios.
Amén.

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