II DOMINGO DE
CUARESMA. Ciclo C.
TRANSFIGURACIÓN, PARADA EN EL CAMINO
Ideas
principales de las lecturas de este domingo
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1ª Lectura: Génesis 15,5-12. 17-18: Promesa de una patria. La alianza es el
eje de la historia de Israel. Fue una iniciativa de Dios y compromete al pueblo
de Israel. Abrahán, el creyente, acepta la Palabra de Dios y se pone en sus
manos. Dios le prometió una descendencia y una patria. El creyente es el que
confía plenamente en la palabra de Dios.
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2ª Lectura: Filipenses 3,17-4,1: El cielo es
nuestra patria. Entramos en la alianza de Dios cuando fuimos bautizados.
Pablo hoy nos exhorta a seguir su ejemplo porque somos ciudadanos del cielo. El
católico no puede caer en la tentación de instalarse definitivamente en este mundo.
El camino del cielo es la cruz de Cruz.
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Evangelio: Lucas 9,28b-36: Jesús se transfigura delante de sus tres discípulos. La
transfiguración es un anticipo de la resurrección. Jesús, camino de Jerusalén,
hace una pausa en el Tabor. Ante los ojos de sus tres apóstoles se transfigura.
En la vida de Jesús el Tabor se encuentra entre el desierto y el Calvario. La
transfiguración es unos de los momentos más brillantes de la identidad
mesiánica de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas en
Cristo: El tema central de la catequesis de este segundo domingo de cuaresma es la TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR,
una de las experiencias religiosas excepcionales que Jesús compartió con sus
apóstoles más íntimos: Pedro, Santiago y Juan. A éstos lleva Jesús a lo alto
del monte Tabor para orar. Como ya dijimos el domingo pasado, la vida de Jesús
giró en torno a la oración, su mejor vía para comunicarse con su Padre. De ella
también sacaba fuerza para la misión. En medio de ese ambiente de intimidad con
Dios transcurre la escena de la transfiguración,
que venía a ser una total transformación del entorno en el que estaban, de sus
rostros y vestidos.
La transfiguración fue para los apóstoles lo mejor que habían vivido
con Jesús, hasta el extremo de exclamar Pedro: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres chozas: una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías”. Pedro habló como cualquiera de nosotros que
se maravilla ante las grandezas de la vida y desea instalarse en ellas. La
segunda tentación del domingo pasado (la del
poder y de la grandeza) sigue dominando a Pedro y a nosotros. Pero la idea
de Jesús y de su Padre, en el acontecimiento de la transfiguración, no era ni la exhibición de la gloria de este mundo,
ni la instalación en ella, sino una muestra de la aspiración que deben tener
sus seguidores: ser ciudadanos del cielo.
La clave para entender el tema de
la transfiguración nos la da San
Pablo en la segunda lectura de hoy: “Somos
ciudadanos del cielo”. En el cielo estaban Pedro y los demás, según el
evangelio, hasta el punto de no querer bajar a la tierra. Al cielo comienza
mirando Abrahán en la primera lectura, por indicación de Dios. [Es una lástima
que ahora se habla menos del cielo, a no ser cuando los meteorólogos informan sobre
la previsión del tiempo o los astrónomos anuncian que un meteorito que se
acerca al planeta tierra]. El cielo como morada en que los ángeles, los
santos y los bienaventurados gozan de la presencia de Dios cada vez más está
ausente en nuestras conversaciones. Es sólo una observación. Si esto es así, de
vez en cuando no está de más mirar al cielo, nuestra casa definitiva,
pero “sin quedarnos pasmados” en esa contemplación como les pasó a los
discípulos el día de la Ascensión (Hechos 1,10).
Queridos hermanos y hermanas: vamos
a vivir esta cuaresma con esta idea de fondo: “somos ciudadanos del cielo”, los elegidos de Dios por el bautismo.
Estamos llamados a ser trasfigurados, transformados, convertidos para llegar
bien dispuestos a la Pascua del Señor. Esta transformación sólo es posible si subimos,
de vez en cuando, con Jesús al monte Tabor para mantener un diálogo íntimo con
nuestro Padre.
La transfiguración es la antítesis, lo contrario, de las tentaciones,
del domingo pasado. Allí el Jesús-hombre es tentado por el diablo en la aridez
del desierto. Aquí es el Jesús-Dios el que se hace presente a los tres
afortunados apóstoles, contando además con el testimonio del Padre: “Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle”.
Se trata de presentar Jesús su otro rostro, el de Dios. El hombre también ha de actuar a
veces como un ser espiritual y no sólo corporal. Sólo nuestro ser espiritual
rechaza las tentaciones de la carne. Amén.
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