domingo, 21 de abril de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

IV DOMINGO DE PASCUA. (DOMINGO DEL BUEN PASTOR). Ciclo C.
LA UNIVERSALIDAD DE LA SALVACIÓN

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
-          1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 13,14. 43-52: La salvación es ofrecida a todos. Los apóstoles anuncian el mensaje de Jesús por todo el mundo. Muchas veces con muchas dificultades y persecuciones. La salvación de Cristo es universal. Pablo y Bernabé, viendo que los hebreos no aceptan el evangelio, abren las puertas de Cristo a los gentiles.
-          2ª Lectura: Apocalipsis 7,9. 14b-17: Los salvados provienen de toda raza, lengua y nación. La inmensa multitud que alaba al único Pastor es signo de la universalidad de la salvación. Esta multitud proviene de la tribulación y ha participado en la pasión gloriosa de Cristo. La simbología del “pastor” (evangelio) encuentra en el Apocalipsis una nueva identidad. Cristo, Buen pastor, ha ofrecido su vida y se ha convertido en el Cordero pascual inmolado.
-          Evangelio: Juan 10,27-30: El Pastor de la Humanidad. El evangelio describe la relación entre el pastor y las ovejas, es decir: entre Jesús y los hombres y mujeres. Las actitudes fundamentales que debe tener el discípulo de Cristo son la escucha de su palabra, conocerlo y seguirlo para llegar a la comunión con él.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Todos los años este domingo cuarto de Pascua se lee un pedazo del capítulo 10 del evangelio de Juan. Es la imagen de Jesús como pastor. Por eso a este domingo se le llama tradicionalmente "EL DOMINGO DEL BUEN PASTOR". También hoy celebramos e iniciamos, por este motivo, la JORNADA DE ORACION POR LAS VOCACIONES CONSAGRADAS: sacerdotales, religiosas y misioneras. Las personas llamadas a la vida consagrada hacen perdurar hoy entre nosotros la misión de Jesucristo, Buen Pastor.
A lo largo de los evangelio, Jesús se nos presenta como Señor, que dispone de sí mismo; como Luz del mundo, que disipa nuestras oscuridades provocadas por el pecado; como el Pan de vida y el Agua viva, que pueden saciar todas nuestras hambres y toda nuestra sed; como Vid verdadera, que nos llena de savia vivificante, para que demos fruto (bueno); como Camino que nos orienta, Verdad que nos enseña, Vida que nos llena, Resurrección y Vida que nos libera de toda muerte.
Todas estas imágenes que utiliza Jesús cuando se acerca a los hombres, deben provocar y despertar nuestra fe a veces apagada y adormilada. En este Año de la Fe, proclamado por nuestro Papa Emérito Benedicto XVI, debemos escudriñar la Palabra de Dios y encontrar motivos para fortalecer nuestra fe y seguir creyendo en el Cristo Resucitado. Hoy creemos que Jesús es nuestro pastor, nuestro Buen Pastor, nuestro mejor pastor. Tenemos razones sobradas para confesarlo así. El mismo Jesús nos lo explica en el evangelio que hemos escuchado.
  • “Conozco a mis ovejas.” No es un conocimiento distante, interesado, mercantilista, como un número más. Es un conocimiento amoroso. Sin darnos cuenta, Jesús nos mira con ojos misericordiosos, nos envuelve con su vestido de amor. Nos llama por nuestro nombre, porque nos conoce y nos distingue y nos aprecia.
  • “Les doy la vida eterna”. Nos da esta vida eterna cuando nos ofrece su pan y su vino, que simbolizan su cuerpo y su sangre; también nos alimenta con su palabra y su Espíritu. La “vida eterna es don de los dioses”. Los hombres somos mortales, seres-para-la-muerte. Jesús nos contagia de vida eterna, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina. Así podremos vivir conociendo a Dios y siendo conocidos por Él, amando a Dios y siendo amados por Él, para siempre.
  • “Nadie las arrebatará de mi mano”. El pastor Jesús es valiente y tiene fuerza, la que le comunica el Espíritu, la que le viene del Padre, es la fuerza del amor. El amor es más fuerte que el odio y la violencia. Puede enfrentarse a todos los enemigos, los príncipes de este mundo, aquellos que hacen la vida imposible a los demás hombres. Por eso nosotros, sus ovejas, hemos de sentirnos seguros y tranquilos. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.”
  • “Yo doy mi vida por las ovejas”. Muere él para que no mueran ellas. Es la máxima expresión de amor. Los lobos -¡son tantos y tan peligrosos en nuestro ancho mundo!- podrán quitarle la vida, pero a las ovejas ni un rasguño. “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Se cumplió lo que había dicho: no he perdido a ninguno de los que me has dado” (Jn 17, 12; 6,39). Esta capacidad de sacrificio y entrega es lo que distingue con claridad lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, el amor del interés, es decir, al que ama del que se aprovecha.
Queridos hermanos y hermanas, esto vale tanto para los evangelizadores (obispos, sacerdotes, diáconos, catequistas) como para toda clase de profesiones y para toda clase de relaciones. La piedra de toque es la capacidad de sacrificio que asumimos ante las personas que nos ha confiado el Señor para cuidarlas o trabajar por ellas. Esa misión no está exenta de necesidades, miedos, sufrimientos, sacrificios, riesgos, agobios, preocupaciones, etc. Pero en medio de estas situaciones, a veces desagradables, que acompañan a la misión del pastor(a), siempre hay una promesa de la “vida eterna”, de la que nos habla hoy el libro del Apocalipsis. “Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno”. Ya no tendrán necesidades ni agobios ni miedos ni preocupaciones. Éste es resultado final de aquellos y aquellas que realizarán bien su encomienda para la construcción del Reino de Dios.
Lo que esperamos para después tenemos que ir consiguiéndolo ahora. La esperanza nunca se cruza de brazos. Ella se esfuerza por adelantar el Reino de Dios. Por eso nosotros, hombres y mujeres de esperanza, trabajaremos para que nadie pase hambre ni sed, en ningún sentido, para nadie sufra fatigas de muerte, para que nadie sea perseguido ni por su religión ni por su opción ideológica o política ni por su raza ni por su nacionalidad, porque todos somos hijos de Dios. Y trabajaremos para que no haya injusticias, opresiones, dictaduras ni exclusiones ni esclavitudes, porque todas estas cosas entorpecen la venida del Reino de Dios. Esta tarea es más necesaria ahora, porque son muchas las lágrimas de nuestros ojos y en los de nuestros hermanos. Y Dios quiere valerse de nosotros para enjugar esas lágrimas; sobre todo, quiere que cada uno, en la medida de sus posibilidades, impidamos que la gente vuelva a llorar. Por eso hemos de luchar contra las causas que provocan esas lágrimas. Amén.

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