II DOMINGO DE PASCUA. Ciclo C.
Ideas principales de las lecturas de este
domingo:
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1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 5,12-16: Los signos de la comunidad apostólica. Los
milagros que hacen los discípulos de Jesús Resucitado son signos visibles de la
nueva comunidad de Jerusalén. Muchos del pueblo al ver estos prodigios se
incorporan al grupo de los creyentes y alaban a Dios y la comunidad crece en
número.
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2ª Lectura: Apocalipsis
1,9-11a. 12-13. 17-19: Día del Señor. Juan, desterrado en la isla de Patmos, tiene una visión. Ve al que es el
principio y el fin, - el que vive -, y oye una voz que le invita a escribir
todo lo que ve. El Cristo de la Pascua, muerto y resucitado, vencedor y dueño
de la muerte, vive es el Señor de la vida. Él está presente en medio de la
comunidad que lo celebra en el día del Señor.
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Evangelio: Juan 20,19-31: El Resucitado da el Espíritu a sus discípulos. Cristo se aparece de
nuevo a sus discípulos y les da el don de la paz y del Espíritu Santo. La
negativa de Tomás a creer es una de las pruebas de la veracidad de la
resurrección de Cristo. Bienaventurados los que tienen fe sin haber visto.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: Después de la celebración de la Semana Santa y
del solemne día de Pascua, nos encontramos reunidos de nuevo para celebrar la
Eucaristía. Es el “día del Señor” y, al igual que hacían los primeros
cristianos, nos hemos reunido para escuchar la Palabra de Dios y compartir el
Sacramento eucarístico. Sigue resonando el ALELUYA de PASCUA por la gran
noticia de la resurrección del Señor. En todo este tiempo de Pascua, la palabra
PAZ la repetiremos muchas veces como el saludo de Cristo resucitado.
Hoy
Jesús, el resucitado, trae esa PAZ a sus apóstoles, asustados todavía por los
episodios de la Pasión. Todavía no se habían recuperado del golpe de perder a
su Maestro y Señor. Les ha llegado la noticia de su resurrección de entre los
muertos, pero no acaban de creerlo del todo; persiste la duda y la
desconfianza. Pero sobre todo, tienen miedo a los judíos, por eso permanecen
encerrados en su casa. Y en este contexto, se presenta el Señor en medio de
ellos y les ofrece, en primer lugar, la PAZ. Nos lo cuenta el evangelio: “ellos
se llenaron de alegría al ver al Señor”. La paz es indispensable para
el ser humano a fin de que se desenvuelva bien en la vida. Por eso el Señor les
asegura esa PAZ.
Este
mismo evangelio nos cuenta que en esa primera aparición del Cristo resucitado
faltaba el Apóstol Tomás, que no dio crédito a los comentarios de sus hermanos
de la comunidad. Él exigía pruebas fehacientes: “si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado, no lo creo”. Igual que Tomás, hay muchos hombres y
mujeres que también “exigen pruebas para creer”. Ahora ya no sólo las pruebas
de la existencia de Dios, sino de su presencia, eficacia y acción
poderosas en nuestro mundo y en sus
vidas. Nuestro mundo lastimado por la violencia, el hambre, la crisis, las
catástrofes naturales…; nuestras vidas marcadas por el sufrimiento, las
enfermedades y la muerte. Estas son las situaciones que alimentan la duda en
muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Son las situaciones que les hacen
encerrarse en sí mismos, cerrarse a Dios y a sus hermanos que hoy proclaman la
alegría de la resurrección del Señor, como les pasó a los Apóstoles.
La
palabra del Señor es siempre nueva y actual: “Dichosos los que crean sin haber
visto”. Hoy nos lo sigue diciendo Jesús: “Dichosos los que crean sin
exigir pruebas, demostraciones, milagros, resultados…”. Porque la fe es un
regalo y no fruto de lo anterior que exige el hombre actual. La fe es ver lo
que otros no ven; extender las manos y no tocar para creer; es abrir el corazón
a las palpitaciones del amor eterno de Dios. La fe es caer de rodillas ante el Señor
y sentirlo vivo y cercano. La fe es no caer en el vacío sino en las manos
amorosas de Dios Padre. La fe crea solidaridad y alegría en el compartir.
Igual
que la misma vida, no podemos vivir la fe en solitario, al margen de la
comunidad eclesial y parroquial. Queramos admitirlo o no, “somos gente de segunda mano”,
escribe el jesuita Carlos Vallés. La misma idea la expresa el grupo Brotes de Olivos, en su canción “Todo
es de todos”:
“Lo que sale de mi boca pertenece
a los demás,
¿quién, las voces que cantó,
podría recuperar?
Eso que salió del alma nace de la
humanidad,
y se suma al patrimonio que todos
han de gozar.
El mensaje central de estas dos citas es que no somos nada originales sino producto de varias aportaciones genéticas y culturales de otros. Esto también pasa con la fe. Los que creen sin haber visto son los discípulos del “día después”. Son todos los que han transmitido la fe de generación en generación. Hagamos caso a esos hermanos que han visto y han sentido en sus vidas al Cristo resucitado. Ellos no han pedido ni exigido nada para creer. Sólo han recibido el Espíritu Santo que hoy exhala el Señor sobre nosotros. Ellos sólo han recibido la potestad de perdonar los
pecados de sus hermanos. Perdonar los pecados es bloquear el MAL; es apagar con el fuego del amor la rivalidad, el resentimiento y el espíritu de venganza. Es implantar en mi vida y nuestra comunidad/sociedad la cultura del perdón, de la comprensión, de la compasión y de la colaboración. El perdón es la máxima expresión del amor resucitado, es el triunfo de la misericordia. Amén.
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