sábado, 4 de mayo de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

VI DOMINGO DE PASCUA. Ciclo C.
LA IGLESIA,COMUNIÓN, CIUDAD Y FUTURO

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
-          1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,25-26, 34-35. 44-48: La comunión universal. Los Hechos de los Apóstoles van describiendo la organización de la Iglesia primitiva. Han surgido divergencias y los apóstoles se reúnen en Jerusalén para dar solución a algunos problemas surgidos entre dos comunidades. Desean hallar un consenso de comunión universal. Resultados: la Iglesia no se cerró a unas tradiciones locales y se abrió a otras costumbres.
-          2ª Lectura: Apocalipsis 21,10-14. 22-23: La ciudad del presente y del futuro. El Apocalipsis emplea un lenguaje profético y simbólico para describir la ciudad del futuro. La ciudad construida y, a la vez, en construcción, es camino y meta. Esta ciudad se construye en el presente histórico sobre los valores del evangelio y camina hacia la ciudad sin fin.
-          Evangelio: Juan 14,23-29: El Espíritu prometido. Jesús se despide de sus discípulos y les recomienda que guarden sus palabras. Les promete el Espíritu Santo: Éste les recordará todo lo que ha dicho y hecho para que su corazón no tiemble ante las dificultades y permanezcan firmes en la fe.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Éste es el último domingo de pascua. El próximo será la Solemnidad de la Ascensión y después la de Pentecostés, con que termina el tiempo pascual. En este sexto domingo de Pascua sigue resonando el tema del domingo pasado: el “amor”. Hoy dice Jesús que “el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Si el domingo pasado nos exhortaba a amarnos los unos a los otros como señal de que somos discípulos suyos, hoy nos insinúa que nuestro amor será más grande y fuerte si le amamos a él y guardamos su palabra. Si así lo hiciéremos, nos convertiremos en el templo donde mora Dios mismo. Ser templo de Dios, es decir,tener a Dios en mi vida, tiene consecuencias positivas; porque Dios nos cambia para bien y su Espíritu nos inspira siempre lo mejor en beneficio de su Iglesia y el mundo. En la Iglesia nunca han faltado mujeres y hombres que, de verdad, han amado a Dios y guardado su palabra. Esto se ha notado en su hacer y actuar. Así sucedió en el siglo I, cuando en la incipiente Iglesia de Jerusalén surgieron algunos problemas (no precisamente religiosos) entre dos comunidades, queriendo una de ellas imponer su visión cultural y sus tradiciones a la otra, a costa del Evangelio de Cristo. No tardaron en aparecer los hombres de Dios, los Apóstoles, asistidos por el Espíritu Santo, que les capacitó para dar una solución “humanamente cristiana”, es decir, ‘aperturista’ (no imponer más cargas que las indispensables, esto significa que el Evangelio asume todo lo bueno que hay en todas las culturas, y éstas han de estar abiertas a la oferta del Reino de Dios) y ‘prudente’ (pues aconsejaron abstenerse de ciertas prácticas que pueden escandalizar al otro). Estos hombres de Dios, templos de Dios, los Apóstoles son también los cimientos, el apoyo firme de esa ciudad nueva que hemos de construir todos con los valores del Evangelio; esa ciudad que nos viene hablando el libro del Apocalipsis los domingos pasados. Esta ciudad nueva, la Iglesia, no necesita de intermediarios; Dios mismo y Cristo resucitado son personalmente  su templo y luz. De modo que, la Iglesia, bien cimentada e iluminada en su doctrina por el mismo Señor, se va extendiendo por todas las naciones ofreciéndose como camino de salvación. El hombre de Dios, es decir, el que ama y guarda la palabra de Dios se hace morador de esa ‘ciudad nueva’ en la que no hay llanto ni luto, sino fraternidad y paz. La paz es otro tema que introduce Cristo hoy en el evangelio junto al del amor. Pero esa paz que ofrece el Señor, es su "propia Paz" y no como la ofrece y promete el mundo. Es una paz que brota en quien cumple el mandamiento nuevo de Jesús y guarda su palabra. No se trata de una paz exterior al hombre, política o social. Es una paz interior que nace en quien “ama a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismo”. Una paz así es la fuente y origen de cualquier otra clase de paz que anhela la humanidad. Amén.

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