SOLEMNIDAD
DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Ciclo C.
SERÉIS MIS TESTIGOS
Ideas
principales de las lecturas de este domingo
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1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11: Ausencia y permanencia del Señor Resucitado. La Ascensión es el fin
de una etapa visible y el comienzo de una nueva etapa de su persona invisible.
Es también el inicio de la misión evangelizadora de la Iglesia.
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2ª Lectura: Efesios 1,17-23:
Cristo es el único y definitivo Sacerdote. Cristo resucitado ha entrado en el santuario del
cielo como único y definitivo sacerdote. Sentado a la derecha del Padre ejerce
su función sacerdotal que consiste en ofrecer su único sacrificio al Padre e
intercede por todos los hombres.
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Evangelio: Lucas 24,46-53: La misión
evangelizadora de la Iglesia. Cristo resucitado con su Ascensión al cielo
inaugura su nueva presencia en la tierra. Ha cumplido su misión, ahora
corresponde a la Iglesia, animada por el Espíritu Santo, anunciar el Evangelio.
Cristo no abandona a los suyos, está presente en la historia humana por su
Espíritu que transforma y santifica a los discípulos de Jesús.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Los
domingos pasados veníamos leyendo el Evangelio según san Juan, pero hoy,
Domingo de la Ascensión del Señor, es san Lucas quien nos narra este episodio
único en la Historia de la Salvación. Lo característico del evangelio según san
Lucas es que empieza y termina con bendiciones, con abundancias y promesas de
Espíritu, con un desbordamiento de alegría. El último gesto de Jesús es levantar las manos y bendecir, gestos y
palabras de bendición. Era propio de Jesús, que no sabía maldecir. Bendecía
todo y a todos: la comida, a los niños, a los enfermos, imponiéndoles las
manos. Bendecía a los pobres con palabras más hermosas, como las Bienaventuranzas.
Bendecía a sus discípulos. Bendecía siempre. Es un gesto que define a Jesús.
Jesús, antes de pasar al cielo, tuvo que
bendecir a sus discípulos. Así se quedaron seguros de que el Señor los seguía
bendiciendo. Y nosotros sabemos que Jesús nos sigue bendiciendo también.
Podremos dar testimonio de Jesús, mientras nos bendice. Podemos lavar los pies
a los hermanos, mientras nos bendice. Podemos acercarnos a los enfermos,
mientras nos bendice. Podemos celebrar y vivir en comunión, mientras nos bendice.
Podemos sufrir persecución, y nos seguirá bendiciendo. Esta bendición es algo
más que un gesto, unas buenas palabras y unos bonitos deseos. La bendición de
Jesús es eficaz, es viva, produce efecto; transmite paz, salud, gracia, la
gracia del Espíritu. Es anuncio y promesa del Espíritu, bendición viva de la
Iglesia.
La Iglesia ha recogido este gesto de
Jesús. En sus oraciones, los sacramentos, en todas las celebraciones, impone
las manos y bendice. Tiene todo un ritual de bendiciones, para bendecir personas,
lugares, acontecimientos, imágenes, objetos, instrucciones, negocios, cosas,
animales… Bendecimos casi todo. No vendría mal recordar que la bendición es una
expresión de nuestra fe; la bendición sólo tiene sentido donde hay fe. Por eso,
la Iglesia nos invita hoy, día de la Ascensión del Señor, a aprender a
bendecir. Sepamos bendecirnos unos a otros con palabras y con gestos, decirnos
palabras-buenas y ofrecernos gestos gratificantes. Se puede bendecir con una
mirada, una sonrisa, con una caricia, con un toque. Bendecir es desear bien,
orar, manifestar acogida y simpatía, expresar amistad. Y bendigamos
especialmente a los que nadie bendice y están más necesitados de bendición.
Éste es nuestro testimonio y compromiso:
prologar la presencia de Cristo en el mundo, en nuestras familias, en nuestros
puestos de trabajos, en nuestros grupos de amigos bendiciendo y comunicando el
amor como lo hacía Jesús. La misión de Jesús está iniciada, sus discípulos, que
somos nosotros, la debemos completar. “Como el Padre me envió, así os envío yo
a vosotros”, dice el Señor. Esto significa que ¡Queda tanto por hacer! Quedan
muchos pobres que evangelizar, muchos corazones desgarrados que curar, muchos
cautivos que liberar, muchas dictaduras que erradicar. Jesús ha sembrado la
semilla del Reino y necesita ser cultivada. Tarea de sus discípulos es hacer
que esta semilla crezca y se extienda en todo el mundo. Nuestra tarea no
termina hasta que no hagamos de la tierra un cielo nuevo.
La Ascensión supone un relevo en la misión. Empieza la hora de la Iglesia. La Ascensión nos mueve a trabajar. No podemos quedar con añoranzas,mirando al cielo. Con la Ascensión pedimos al Señor que su gloria brille en la tierra; es decir, que la tierra se parezca a un cielo. Para ello tiene que manifestarse la gloria de Dios, y la gloria de Dios es que el hombre viva, que sea libre, que los pueblos convivan, que todos se relacionen en justicia y
solidaridad; y que nadie colabore con la muerte, que nadie muera por hambre o víctima de cualquier violencia. Si hacemos esto, SEREMOS TESTIGOS DE JESÚS EN
ESTE MUNDO. Amén.
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