II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
LLAMADA Y MISION.
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: Isaías 49, 3.5-6: Llamada y
misión del Siervo del Señor. La tradición primitiva aplica
a Jesucristo el poema de la presente lectura, a quien Dios eligió, dio honor y
fuerza para reunir al pueblo disperso, y salvar e iluminar a todas las
naciones. Existe una relación entre el poema de Isaías y el evangelio, entre el
Siervo y el Cordero que quita el pecado del mundo. La misión del Siervo no es
una misión política, sino suscitar la unión de todos los hijos de Dios.
- 2ª Lectura: I Corintios 1, 1-3: Llamada y
misión de Pablo. Se empieza hoy la lectura semicontinua de la primera carta a la
comunidad de Corinto, que se proclamará durante siete domingos. Corinto era una
ciudad griega de gran vitalidad, puerto de mar con gran comercio. Era pagana y
con mala fama. Pablo se presenta como el llamado a ser apóstol y saluda a la
comunidad, Iglesia de Dios. Nadie se hace apóstol por su propia fuerza, sino por
la de Aquel que le ha llamado para ser testigo de su amor y de su gracia. Los
miembros de la comunidad son llamados a ser santos y a dar testimonio de la
santidad de Dios en cualquier lugar y momento de la vida.
- Evangelio: Juan 1, 29-34: Llamada y
misión de Juan Bautista. Juan, la voz del desierto, señala con el dedo al
que es el Mesías, el Cordero que quita el pecado del mundo. La lectura contiene
una rica cristología, pues, el Bautista proclama la preexistencia de Cristo, su
filiación divina y da testimonio del Espíritu, que se posó sobre Jesús y lo
ungió para la misión.
Queridos hermanos
y hermanas en Cristo: Aunque el tiempo ordinario comenzó el domingo pasado con
la fiesta del Bautismo del Señor, hoy es cuando verdaderamente podemos decir
que comienza este largo período de tiempo, ya que la fiesta del Bautismo del
Señor se sitúa como el punto de inflexión entre la Navidad y este tiempo que
iniciamos hoy. Lo propio del tiempo ordinario es que en cada domingo tenemos un
tema específico de nuestra vida cristiana, y entorno a este tema están
centradas las lecturas del domingo.
El tema de este II Domingo del Tiempo Ordinario es la llamada y misión. Todos hemos sido llamados a la salvación mediante el bautismo. Y cabe preguntar: ¿Quién es nuestro salvador? ¿Dónde buscamos hoy esta salvación? ¿Qué medios utilizamos para ser salvados? A estas preguntas responde el evangelista Juan en todo su evangelio.
Los cristianos a los que se dirige Juan vivían una situación difícil y compleja como la nuestra hoy. La propia historia de la comunidad había pasado por diversas etapas en las que distintos grupos y tendencias habían suscitado polémicas internas, que originaron tensiones y divisiones. Había discípulos de Juan Bautista, a los que el evangelista tiene que explicar la superioridad de Jesús sobre Juan. Otros no podían aceptar que Jesús fuera el Hijo de Dios, y mucho menos que Dios se hubiera hecho hombre o que hubiera muerto en la cruz.
Para aclarar esta situación, el mismo Juan Bautista reconoce a Jesús y lo señala con el dedo diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y con esta presentación pública venía a mostrarle como el único Salvador, y que había que buscar la salvación sólo en él haciendo caso a lo que él dice e indica que se haga.
Jesús salva porque procede de Dios, es Ungido, es Mesías; y porque el Espíritu del Señor recibido en el bautismo está sobre Él y le mueve a actuar como salvador del hombre. Por eso, Juan Bautista le llama el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ese pecado del mundo no es un invento de la Iglesia Católica ni de sus curas, obispos y papas, sino que son todas las acciones que generan dolor y sufrimiento en las personas.
Si echamos un vistazo en la sociedad nacional e internacional vemos y escuchamos las noticias de este pecado del mundo que aparece en la pobreza, el hambre, la violencia, la marginación, la violación de los derechos humanos; se manifiesta en el mundo del trabajo en las zancadillas entre compañeros, el paro, la explotación de los patronos a los obreros; está en la familia en la falta de diálogo, infidelidad, divorcio y aborto; y en el terreno personal, también se advierte el pecado del mundo con nuestras actitudes de soberbia, avaricia, pereza, lujuria, envidia, odio, rivalidad, venganza. Evitamos hablar de estas situaciones para no parecernos negativos, pero nos duelen cuando sufrimos sus efectos en nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, sólo Jesús es capaz de quitar el pecado que nos rodea. La Virgen y los santos sólo son modelos a imitar en el seguimiento de Jesús. Ellos nunca nos pueden salvar. Y tenemos que descubrir la salvación que ofrece Jesús en el evangelio, vivir ese evangelio en nuestras propias vidas y comunicárselo a la gente. Jesús continúa hoy quitando el pecado del mundo, es decir, los males que provocamos a plena conciencia y que ofenden a Dios, dañan a nuestros hermanos y a la sociedad… Jesús continúa enderezando el destino de cada persona, sobre todo si ésta se deja guiar por Él. Jesús continúa concediendo la verdadera libertad que garantiza la felicidad. Jesús nos hace sentir peregrinos y nos confía la misión de señalarle en medio de nuestra sociedad. En el camino de la vida siempre hay un Juan Bautista, que indica dónde está Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y con él la salvación. Amén.
El tema de este II Domingo del Tiempo Ordinario es la llamada y misión. Todos hemos sido llamados a la salvación mediante el bautismo. Y cabe preguntar: ¿Quién es nuestro salvador? ¿Dónde buscamos hoy esta salvación? ¿Qué medios utilizamos para ser salvados? A estas preguntas responde el evangelista Juan en todo su evangelio.
Los cristianos a los que se dirige Juan vivían una situación difícil y compleja como la nuestra hoy. La propia historia de la comunidad había pasado por diversas etapas en las que distintos grupos y tendencias habían suscitado polémicas internas, que originaron tensiones y divisiones. Había discípulos de Juan Bautista, a los que el evangelista tiene que explicar la superioridad de Jesús sobre Juan. Otros no podían aceptar que Jesús fuera el Hijo de Dios, y mucho menos que Dios se hubiera hecho hombre o que hubiera muerto en la cruz.
Para aclarar esta situación, el mismo Juan Bautista reconoce a Jesús y lo señala con el dedo diciendo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Y con esta presentación pública venía a mostrarle como el único Salvador, y que había que buscar la salvación sólo en él haciendo caso a lo que él dice e indica que se haga.
Jesús salva porque procede de Dios, es Ungido, es Mesías; y porque el Espíritu del Señor recibido en el bautismo está sobre Él y le mueve a actuar como salvador del hombre. Por eso, Juan Bautista le llama el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ese pecado del mundo no es un invento de la Iglesia Católica ni de sus curas, obispos y papas, sino que son todas las acciones que generan dolor y sufrimiento en las personas.
Si echamos un vistazo en la sociedad nacional e internacional vemos y escuchamos las noticias de este pecado del mundo que aparece en la pobreza, el hambre, la violencia, la marginación, la violación de los derechos humanos; se manifiesta en el mundo del trabajo en las zancadillas entre compañeros, el paro, la explotación de los patronos a los obreros; está en la familia en la falta de diálogo, infidelidad, divorcio y aborto; y en el terreno personal, también se advierte el pecado del mundo con nuestras actitudes de soberbia, avaricia, pereza, lujuria, envidia, odio, rivalidad, venganza. Evitamos hablar de estas situaciones para no parecernos negativos, pero nos duelen cuando sufrimos sus efectos en nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, sólo Jesús es capaz de quitar el pecado que nos rodea. La Virgen y los santos sólo son modelos a imitar en el seguimiento de Jesús. Ellos nunca nos pueden salvar. Y tenemos que descubrir la salvación que ofrece Jesús en el evangelio, vivir ese evangelio en nuestras propias vidas y comunicárselo a la gente. Jesús continúa hoy quitando el pecado del mundo, es decir, los males que provocamos a plena conciencia y que ofenden a Dios, dañan a nuestros hermanos y a la sociedad… Jesús continúa enderezando el destino de cada persona, sobre todo si ésta se deja guiar por Él. Jesús continúa concediendo la verdadera libertad que garantiza la felicidad. Jesús nos hace sentir peregrinos y nos confía la misión de señalarle en medio de nuestra sociedad. En el camino de la vida siempre hay un Juan Bautista, que indica dónde está Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y con él la salvación. Amén.
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