domingo, 20 de abril de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCION. Ciclo A
CRISTO HA RESUCITADO ¡ALELUYA!
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:

  • 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43. Testigos de la resurrección. Pedro sintetiza en su discurso lo que la Iglesia cree. Además afirma su experiencia personal y la de los otros discípulos, pues ha comido y bebido con el Resucitado. Ellos dan testimonio y lo anuncian al pueblo.
  • 2ª Lectura: Colosenses 3, 1-4. Cuando se buscan los bienes de arriba es Pascua. Pablo, prisionero en Roma, escribe a los Colosenses sobre los frutos de la resurrección y de la llamada a participar en el misterio de Cristo. Establece la conexión entre el misterio pascual, el bautismo y nuestras actitudes. La Pascua de Cristo es el fundamento de nuestra fe y hace posible que nuestros ojos busquen los bienes de arriba.
  • Evangelio: Juan 20, 1-9. Cristo ha resucitado y el sepulcro está vacío. María Magdalena va al amanecer al sepulcro y lo encuentra vacío. Se alarma y alarma los discípulos, Pedro y Juan corren al sepulcro; ven y creen. El evangelista advierte que hasta entonces no habían entendido la Escritura, es decir, que no habían comprendido el alcance del misterio de la resurrección.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy es la fiesta cristiana más importante del año. No sólo la más importante, sino la fuente y origen de todas las demás. La Eucaristía del domingo es la prolongación en el tiempo y en el espacio de la noticia que el ángel dio a las mujeres que fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús la mañana del domingo: "No está aquí. Ha resucitado".
Esta extraordinaria y gran noticia, la resurrección de Cristo, es la esencia originaria de nuestra fe. Es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar. Esta noticia fue transmitida y, sobre todo, comprobada y experimentada por los primeros cristianos. Esta noticia ha llegado hasta nosotros. Al igual que los Apóstoles, nosotros, los cristianos, debemos experimentar que Cristo actúa en nuestra vida, transformándola y haciendo de nosotros hombres y mujeres de bien para los demás.
La resurrección de Cristo es la fiesta de la afirmación de la "vida que no tiene fin". Al celebrar esta fiesta, debemos salir de nosotros mismos, de nuestras dudas, tristezas y pesimismos, y desear Feliz Pascua de Resurrección a todos los que nos rodean. San Agustín decía que "la resurrección del Señor es nuestra esperanza" (Sermón 261, 1). Hoy, los cristianos, debemos salir a la calle y decir a los hombres y mujeres de nuestro mundo que Jesús resucitó para nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperemos pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza,
En efecto, una de las preguntas que mas angustian la existencia del hombre es precisamente ésta: ¿que hay después de la muerte? Esta solemnidad nos permite responder a este enigma afirmando que la muerte no tiene la última palabra, porque al final es la Vida la que triunfa. Nuestra certeza no se basa en simples razonamientos humanos, sino en un dato histórico de fe: Jesucristo, crucificado y sepultado, ha resucitado con su cuerpo glorioso. Jesús ha resucitado para que también nosotros, creyendo en Él, podamos tener la vida eterna.
Este anuncio está en el corazón del mensaje evangélico. San Pablo lo afirma con fuerza: "Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo". Y añade: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" (1Co 15, 14.19). Por tanto, la resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su "pascua", su "paso", que ha abierto una "nueva vía" entre la tierra y el Cielo. No es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús de Nazaret, hijo de María, que el Viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba.
El anuncio de la resurrección del Señor ilumina las zonas sombrías y apagadas del mundo en que vivimos. Me refiero particularmente al materialismo y el nihilismo (o negación del sentido de la vida). El materialismo no deja al hombre de nuestro tiempo valorar la dimensión espiritual del ser humano, sino aquello que se pude ver, tocar y contar; y el nihilismo vacía de sentido la misma vida del hombre y todos los misterios que la rodean, entre ellos la muerte. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, el "vacío" acabaría ganando. Si quitamos a Cristo y su resurrección, no hay salida para el hombre, y toda su esperanza sería ilusoria.
La resurrección de Cristo, queridos hermanos y hermanas, es una novedad que cambia la existencia de quien la acoge, como sucedió con los Apóstoles y su madre María. Amén.

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