II Domingo de Cuaresma. Ciclo B.
TRES MONTES: MORIA,
TABOR Y CALVARIO
Ideas principales de las lecturas de
este domingo:
- 1ª Lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18: El monte Moria. La historia de Abrahán es impresionante. Cree en las promesas de Dios, que le prometió una tierra, un pueblo y un hijo. Ahora Dios le pide que sacrifique a su hijo. Abrahán cree y obedece. Se pone en camino hacia el monte en compañía de su hijo. Abrahán confía en Dios y espera que cumpla su promesa.
- Salmo: Caminaré en presencia del Señor.
- 2ª Lectura: Romanos 8,31b-34: El Calvario. La muerte y resurrección de Cristo, contenido central del mensaje cristiano, es también el contenido de la segunda lectura del presente domingo. La muerte solidaria del Hijo de Dios constituye el fundamento de los bienes salvífico. Pablo dice que Dios está con los creyentes y formula una serie de interrogantes sobre la obra de Dios.
- Evangelio: Marcos 9,2-10: El monte Tabor. Los tres discípulos contemplan ante la incredulidad de sus ojos una inédita dimensión oculta de Jesús. Él brilla y resplandece con todo resplandor. Ante el misterio incomprensible deben guardar silencio y reciben el mandato imperativo de “escuchadle”.
Queridos hermanos y
hermanas en Cristo: El camino cuaresmal hacia la Pascua es un camino que las
lecturas de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta como un gran símbolo
de toda nuestra vida creyente. Hoy, a través de estas lecturas, la liturgia ha
resaltado dos dimensiones fundamentales de este camino, de esta vida creyente
nuestra. Por un lado, ha acentuado su dificultad, su oscuridad: el durísimo
camino de Abraham e Isaac, el del Hijo, el de Pedro (“no sabía lo que decía”). El camino de nuestra vida es, en
ocasiones, arduo y fatigoso. Las soledades, las ausencias, los achaques, las
enfermedades, los sufrimientos de la vida y de sus injusticias nos lo hacen a
veces insufrible. Por otro lado, la necesidad de seguir avanzando, aun cuando
parezca que no hay futuro; pues “Dios
está con nosotros”, todo va a terminar en la resurrección: la vida va a
triunfar sobre la muerte.
El vivir no es fácil,
tenemos que realizar este camino acompañado, pero en soledad, asumiendo
riesgos, dificultades, etc. Pero la narración de la Transfiguración nos ofrece
un anuncio de esperanza para todos en este camino. El camino es posible
recorrerlo, y al término nos espera la sorpresa de la victoria. Pero todos, a
menudo, olvidamos esto último y nos preguntamos una y otra vez: ¿por qué
mantener la esperanza en este caminar, en el que casi ni vemos ni entendemos? Y
nos sentimos viviendo la misma experiencia que Abraham, a quien antes le habían
arrebatado su pasado (“sal de tu
tierra…”) y ahora parece que le van a privar de su futuro (“ofréceme en sacrificio a tu hijo, al
único, al que amas, a Isaac”); igualmente Pedro, quien no entiende nada de
lo que le acontece (“no sabía lo que
decía”), por muy importante que pueda parecer la experiencia que está
viviendo.
En definitiva, son
momentos, experiencias vitales, de desarraigo, de pérdida de futuro, de miedo
de desconcierto… que todos, con mayor o menor frecuencia, hemos vivido y que a
veces resumimos en y con una sola frase: “Se ha hecho de noche”. Pero en medio
de esa experiencia de noche, el Señor suele aparecer envuelto en una luz
brillante. Y su luz nos resplandece, evidentemente, a nosotros, y entonces
gritamos como los Apóstoles: “Maestro,
¡qué bien se está aquí!”; son los momentos en los que, “por pura gracia”, sentimos cerca al Dios que se nos ha hecho
infinitamente cercano en Jesús, al Dios que está a favor nuestro (segunda
lectura).
Queridos hermanos, todos
necesitamos estos momentos de Tabor, momentos intensos de presencia de Dios, en
los que llegamos a recuperar la esperanza porque hemos experimentado el amor y
hemos visto y palpado al Dios de la vida, al Dios de las promesas, al Dios del
futuro. La transfiguración es luz para el camino, es luz para la esperanza: “En las tinieblas brilló una luz”. El
Dios tiniebla total se vuelve presencia luminosa. Es cierto que, como nos ha
dicho el evangelio, no son situaciones para quedarnos detenidos en ellas; es
cierto que pasan de un modo más o menos rápido y que, al final, “no vemos a nadie más que a Jesús solo”
con nosotros; pero siempre esas experiencias quedan en nuestro “recuerdo” y nos
sirven de contrapeso de otras en las que únicamente experimentamos la presencia
opresiva de la noche. Amén.
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