martes, 3 de marzo de 2015

CATEQUESIS DOMINICAL

II Domingo de Cuaresma. Ciclo B.
TRES MONTES: MORIA, TABOR Y CALVARIO

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18: El monte Moria. La historia de Abrahán es impresionante. Cree en las promesas de Dios, que le prometió una tierra, un pueblo y un hijo. Ahora Dios le pide que sacrifique a su hijo. Abrahán cree y obedece. Se pone en camino hacia el monte en compañía de su hijo. Abrahán confía en Dios y espera que cumpla su promesa.
  • Salmo: Caminaré en presencia del Señor.
  • 2ª Lectura: Romanos 8,31b-34: El Calvario. La muerte y resurrección de Cristo, contenido central del mensaje cristiano, es también el contenido de la segunda lectura del presente domingo. La muerte solidaria del Hijo de Dios constituye el fundamento de los bienes salvífico. Pablo dice que Dios está con los creyentes y formula una serie de interrogantes sobre la obra de Dios.
  • Evangelio: Marcos 9,2-10: El monte Tabor. Los tres discípulos contemplan ante la incredulidad de sus ojos una inédita dimensión oculta de Jesús. Él brilla y resplandece con todo resplandor. Ante el misterio incomprensible deben guardar silencio y reciben el mandato imperativo de “escuchadle”. 
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El camino cuaresmal hacia la Pascua es un camino que las lecturas de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta como un gran símbolo de toda nuestra vida creyente. Hoy, a través de estas lecturas, la liturgia ha resaltado dos dimensiones fundamentales de este camino, de esta vida creyente nuestra. Por un lado, ha acentuado su dificultad, su oscuridad: el durísimo camino de Abraham e Isaac, el del Hijo, el de Pedro (“no sabía lo que decía”). El camino de nuestra vida es, en ocasiones, arduo y fatigoso. Las soledades, las ausencias, los achaques, las enfermedades, los sufrimientos de la vida y de sus injusticias nos lo hacen a veces insufrible. Por otro lado, la necesidad de seguir avanzando, aun cuando parezca que no hay futuro; pues “Dios está con nosotros”, todo va a terminar en la resurrección: la vida va a triunfar sobre la muerte.
El vivir no es fácil, tenemos que realizar este camino acompañado, pero en soledad, asumiendo riesgos, dificultades, etc. Pero la narración de la Transfiguración nos ofrece un anuncio de esperanza para todos en este camino. El camino es posible recorrerlo, y al término nos espera la sorpresa de la victoria. Pero todos, a menudo, olvidamos esto último y nos preguntamos una y otra vez: ¿por qué mantener la esperanza en este caminar, en el que casi ni vemos ni entendemos? Y nos sentimos viviendo la misma experiencia que Abraham, a quien antes le habían arrebatado su pasado (“sal de tu tierra…”) y ahora parece que le van a privar de su futuro (“ofréceme en sacrificio a tu hijo, al único, al que amas, a Isaac”); igualmente Pedro, quien no entiende nada de lo que le acontece (“no sabía lo que decía”), por muy importante que pueda parecer la experiencia que está viviendo.
En definitiva, son momentos, experiencias vitales, de desarraigo, de pérdida de futuro, de miedo de desconcierto… que todos, con mayor o menor frecuencia, hemos vivido y que a veces resumimos en y con una sola frase: “Se ha hecho de noche”. Pero en medio de esa experiencia de noche, el Señor suele aparecer envuelto en una luz brillante. Y su luz nos resplandece, evidentemente, a nosotros, y entonces gritamos como los Apóstoles: “Maestro, ¡qué bien se está aquí!”; son los momentos en los que, “por pura gracia”, sentimos cerca al Dios que se nos ha hecho infinitamente cercano en Jesús, al Dios que está a favor nuestro (segunda lectura).
Queridos hermanos, todos necesitamos estos momentos de Tabor, momentos intensos de presencia de Dios, en los que llegamos a recuperar la esperanza porque hemos experimentado el amor y hemos visto y palpado al Dios de la vida, al Dios de las promesas, al Dios del futuro. La transfiguración es luz para el camino, es luz para la esperanza: “En las tinieblas brilló una luz”. El Dios tiniebla total se vuelve presencia luminosa. Es cierto que, como nos ha dicho el evangelio, no son situaciones para quedarnos detenidos en ellas; es cierto que pasan de un modo más o menos rápido y que, al final, “no vemos a nadie más que a Jesús solo” con nosotros; pero siempre esas experiencias quedan en nuestro “recuerdo” y nos sirven de contrapeso de otras en las que únicamente experimentamos la presencia opresiva de la noche. Amén.


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