III DOMINGO DE CUARESMA. CICLO B.
LA LEY, EL TEMPLO Y LA SABIDURÍA DE DIOS
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: Éxodo 20,1-17: La ley del Sinaí. Israel considera la ley como un instrumento que garantiza la estructuración social, defiende a los indefensos y favorece la vida común de la comunidad. Por eso la ley es un regalo de la alianza y un acontecimiento salvífico.
- Salmo 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
- 2ª Lectura: I Corintios 1,22-25: Cristo, sabiduría de Dios. Mientras los fariseos ponen su seguridad en la observancia de la ley y los griegos en la sabiduría, Pablo afirma que la salvación está en Cristo crucificado. La cruz de Cristo se revela como la esencia del mensaje cristiano. En el bautismo se hace el signo de la cruz en la frente del candidato, signo que significa que, a partir de aquel momento, el candidato pertenece a Cristo.
- Evangelio: Juan 2,13-25: El nuevo templo. Hoy el evangelio nos presenta a Jesús indignado y apasionado por la casa de Dios. No es un relato de una página de sucesos; es un gesto profético. El templo de Jerusalén tenía demasiada carga histórica, simbólica y religiosa. Jesús anuncia y proclama la nueva economía de la salvación. Las palabras de Jesús fueron comprendidas posteriormente. Jesús resucitado será el templo en el que se celebrará el nuevo culto en espíritu y en verdad.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Muchas veces habremos preguntado acerca de qué es lo que nos configura como cristianos; y en esas ocasiones tal vez hayamos recordado respuestas muy comunes hace ya algunos años; respuestas como éstas: “Sí, yo soy un buen cristiano, pues ni mato ni robo ni hago el mal a nadie”; “Sí, yo soy un buen cristiano porque ayudo a los demás y cumplo todos los mandamientos”…
Son respuestas éticas en perfecta consonancia con el mensaje transmitido durante generaciones a través de los catecismos, de las predicaciones…; pero, si las pensamos detenidamente, podemos concluir cosas bastantes distintas a la identidad cristiana; ya que el hecho de que no matemos ni robemos ni hagamos el mal al prójimo lo que nos dice es que somos buenas personas, lo que no se identifica con el ser cristiano, pues, afortunadamente, es mucho mayor el número de “buenas personas” que el de cristiano. El cumplir los mandamientos (muy anteriores al hecho cristiano) define más bien a un buen judío, un buen musulmán, o un ateo que, hoy cumple estrictamente los mandamientos o sigue rectamente la voz de su conciencia. Pero ¿son por ello cristianos? Evidentemente, no.
El texto del Evangelio que acabamos de escuchar recoge una escena insólita en la vida de Jesús: “pega a los mercaderes en el Templo”. Jesús se enfurece porque la Casa de su Padre corre el peligro de perder su verdadera función: lugar del encuentro con Dios y lugar de oración. Por eso, a partir de entonces, “él hablará del Templo de su propio cuerpo”. Es decir, en adelante el espacio privilegiado del encuentro de Dios con los hombres no será el templo material, sino la persona de propia persona. Él nos presenta ahora los mandamientos en la versión de las Bienaventuranzas. Este nuevo planteamiento de Jesús nos cambia el paradigma de lo cristiano. Nos preguntamos: ¿Cómo puede iluminar esta nueva situación nuestra vida? Tal vez, si volvamos a retomar la pregunta del principio, clarificándonos qué significa ser cristiano; y haciéndolo, quizá, de este modo:
“Ser cristiano” pasa necesariamente por acoger a Jesús como:
- La Buena Noticia.
- El espacio privilegiado del encuentro de Dios con los hombres y de éstos con Dios.
- El Señor de la historia y de nuestra historia.
“Ser cristiano” consiguientemente, no se identifica con “cumplir los mandamientos”, sino que más bien pasa por vivir las Bienaventuranzas.
- Pero no desde la justicia, desde la legalidad y las normas.
- Sino desde un paso más allá (nunca más acá): desde la eternidad.
“Ser cristiano” pasa por situarnos entre y ante los demás como el Señor quien nunca compra nuestra libertad, sino que no la respeta y se sitúa entre nosotros “como el que sirve” (Lc 22,27). Aquí encontramos la clave fundamental del ser, del saber y del sentir cristiano. Esta esencia es la que resulta un escándalo para los judíos (los que van con la ley por delante) y una necedad para los griegos (los que presumen de su sabiduría). Tal vez vaya por aquí eso de “ser cristiano”; quizá sea lo que, agradecidos, en cada eucaristía y cada domingo celebramos. Hemos de volver a Jesucristo como único Salvador, el Templo nuevo, que nos dé la fuerza del Espíritu, para vivir la fe en lo alto y en medio de la vida. Amén.
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