sábado, 6 de agosto de 2011

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A


NO SABEMOS LO QUE ES FE

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
1ª Lectura: I Reyes 19, 9ª. 11-13a. Si el huracán, el terremoto y el fuego abrasador fueron señales de la presencia de Yahvé en el Sinaí cuando la promulgación de la ley ahora Yahvé se revela al profeta Elías en el susurro de una brisa. La brisa es el símbolo del espíritu de Dios y de la fuerza renovadora que ejerce por medio de los profetas.
2ª Lectura: Romanos 9, 1-5. Pablo manifiesta sus dificultades para entender porque el pueblo de Israel no acepta el Evangelio de Jesús. Él ha descubierto el “tesoro” (del que hablábamos semanas atrás) y no comprende cómo los demás no son capaces de verlo así, y eso le llena de tristeza.
Evangelio: Mateo 14, 22-33. La barca de Pedro es la Iglesia. Los miedos de Pedro son las tribulaciones lógicas de esa Iglesia de Cristo. Pero, tras la tempestad llega la calma y tras el momento duro en que Pedro parece que se hunde en las aguas llega la calma de la mano del Señor Jesús.

No sabemos lo que es Fe. Nos hemos empeñado en hacer de la Fe un esplendoroso sol que ilumina toda nuestra vida y todos nuestros caminos, un cálido sol que nos mece y adormece en nuestras creencias. Como Pedro, que al oír VEN, creyó que aquellas palabras iban a convertir el agua en precioso paseo enlosado de piedra pulida. Y los vientos en cariñosa caricia de aire de primavera. Y el ensordecedor rugido de las olas en cantos de pájaros. Creyó que su Fe en aquel VEN del Señor le iba a facilitar el camino. Iba a ser la palabra mágica que le iba a asegurar contra todos los agentes externos, porque tampoco sabía lo que era la Fe… como nosotros.
VEN, imperioso, cercano, promesa de que nuestro camino no lo vamos a hacer solos. Los elementos van a seguir rugiendo, las olas van a seguir amenazantes, el agua va a mal cubrir el abismo. Pero ese VEN nos hará ir tras el Señor, temblando de miedo, empapados de agua salobre, azotados con furia por la tormenta. Un VEN que no está en contradicción con aquel, Señor sálvame.
Sálvame, no es el hierático “Señor salva a tu Iglesia” que podría rezarse desde el solio del Romano Pontífice en Roma. Es el sincero “Sálvame, porque el primero que está en peligro de los embates de la vida, soy yo, Pedro, la cabeza visible de Cristo en la tierra. Sálvame porque soy tan débil como mis hermanos”. Cuando el que está arriba empieza a sentirse débil, como los demás, empieza a tener miedo, empieza entonces a estar arriba de verdad, porque se hace miedoso como los niños, que son los primeros en el Reino de los Cielos. Aquel Sálvame de Pedro debió ser la palabra más reconfortante para aquellos primeros cristianos perseguidos, encarcelados, torturados, muertos en el circo romano. Sálvame, porque todos necesitamos la mano fuerte del Señor.
(José María Maruri SJ, en www.betania.es)

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