XXII DOMINGO DEL TIEMPO DEL ORDINARIO. Ciclo C.
LOS IMPORTANTES EN EL
REINO
Ideas principales de las lecturas de
este domingo:
-
1ª
Lectura: Eclesiástico
3,17-18. 20. 28-29: La grandeza del
humilde. La lectura de hoy condena la pretensión de orgullo y afirma que la
verdadera grandeza se revela en la humildad del hombre abierto a la sabiduría
divina. Las grandezas humanas son tan efímeras que no merecen ser antepuestas a
las grandezas de Dios.
-
2ª
Lectura: Hebreos
12,18-19. 22-24a: Los humildes se
reúnen ante el Señor. La lectura recuerda que en el A.T. existía la
economía religiosa del temor, en cambio, en el N.T. prevalece la economía de la
confianza. Dios conduce a los “Pobres de Israel” a Jerusalén y conduce también
a los humildes y pobres de corazón a la asamblea festiva de los justos.
-
Evangelio: Lucas 14,1. 7-14: Los humildes serán enaltecidos. Jesús vino a enderezar el camino
soberbio del hombre y a crear una nueva humanidad fundamentada en el espíritu
de la humildad. La humanidad y la generosidad son dos características del
discípulo de Jesús.
Queridos hermanos y
hermanas en Cristo: Seguimos viendo las virtudes que deben adornar a un
cristiano. Hoy vamos a fijarnos en la humildad, humus en latín, que significa tierra.
De ahí se deduce que el humilde es el que se mueve a ras de tierra. Si lo
pensamos bien, el humilde es el que está en lo que realmente somos: “uno de
tantos” en medio de la marea humana que puebla nuestro mundo. No somos tanto
como a veces podemos pensar.
Por eso el autor del
libro del Eclesiástico, en la primera lectura, aconseja cuando dice: “Hazte
pequeño en las grandezas humanas y encontrarás el favor del Señor”.
Antes de ser un consejo religioso y/o cristiano o católico, se trata más bien
de un consejo profundamente humano. La humildad es la actitud o la virtud que
regula las pretensiones, las ambiciones o los deseos inmoderados del ser humano
antes las cosas materiales y los honores
de este mundo. Y la Biblia nos enseña, por su parte, que la humildad “hace apreciar
el valor de las cualidades del otro, del hermano e introduce al creyente en los más profundos secretos de Dios. En una
palabra, la humildad nos hace reconocernos semejantes a los demás y
dependientes de Dios, nuestro creador.
Si en la primera lectura
se nos recomienda la humildad como actitud indispensable ante Dios y los
hermanos, ahora, en el Evangelio, es Jesús, el Señor, quien nos ofrece un
ejemplo claro de ella: “no ocupes un primer puesto para destacarte
sobre los demás. Ese primer puesto debe ocuparlo quien se lo merezca de verdad”.
¿Por qué Jesús habla así sin tapujos? Él habla así porque nos conoce bien. Sabe
que hoy y siempre la humildad no ha gozado de buena prensa. No es considerada y
sí despreciada, pues se buscan los primeros puestos en todos los campos de la
vida: político, social, laboral e, incluso, religioso. Acordémonos de la
oración del fariseo en el templo: “Te doy gracias porque no soy como los
demás…”. Una oración donde la humildad brilla por su ausencia.
Hoy más que nunca se
promueve la competitividad, el ganar más que los demás, el sentirse seguro de
sí mismo. El mundo es como un banquete y son muchos los comensales invitados.
Uno se pregunta: ¿habrá lugar para mí? ¿Cómo conseguirlo? Se buscan
recomendaciones, se empuja y se pisotea al compañero para llegar a ocupar el
lugar más prestigioso. Jesús sabe que el ser humano actúa así en muchas ocasiones.
Y hoy quiere presentarnos otro estilo de vida donde la humildad, la sencillez y
la generosidad sean la norma de vida.
Estas virtudes son muy
queridas por Dios y muy gratas a los ojos de los hombres. Porque el humilde se
sabe solidario y abierto a los demás; mientras que el soberbio, el que aspira a
los primeros puestos cueste lo que costare, no tiene en cuenta a los demás a no
ser para utilizarlos en su provecho. El humilde es capaz de comprender y
compartir los problemas del prójimo y por eso tiene una actitud servicial para
todos; mientras que el soberbio se despreocupa de todos y solamente le interesa
aquello que le favorezca a él, aunque perjudique a otros.
Queridos hermanos y
hermanas, la auténtica humildad es, ante todo, una virtud del Reino de Dios, es
decir, es un don de Dios. Hay que pedirle al Señor insistentemente que nos dé
ese don en todas nuestras actuaciones. La humildad no consiste en perder
nuestra dignidad, ni en negar la verdad, sino en reconocer que todo don
proviene de Dios. La falsa humildad es obra del hombre que busca su propio
beneficio. Evitemos esa clase de humildad porque Dios sabe situar a cada uno en
el puesto que le corresponde, tal como nos dice el Señor en el Evangelio de
hoy. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario