lunes, 2 de septiembre de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

XXII DOMINGO DEL TIEMPO DEL ORDINARIO. Ciclo C.
LOS IMPORTANTES EN EL REINO

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
-          1ª Lectura: Eclesiástico 3,17-18. 20. 28-29: La grandeza del humilde. La lectura de hoy condena la pretensión de orgullo y afirma que la verdadera grandeza se revela en la humildad del hombre abierto a la sabiduría divina. Las grandezas humanas son tan efímeras que no merecen ser antepuestas a las grandezas de Dios.
-          2ª Lectura: Hebreos 12,18-19. 22-24a: Los humildes se reúnen ante el Señor. La lectura recuerda que en el A.T. existía la economía religiosa del temor, en cambio, en el N.T. prevalece la economía de la confianza. Dios conduce a los “Pobres de Israel” a Jerusalén y conduce también a los humildes y pobres de corazón a la asamblea festiva de los justos.
-          Evangelio: Lucas 14,1. 7-14: Los humildes serán enaltecidos. Jesús vino a enderezar el camino soberbio del hombre y a crear una nueva humanidad fundamentada en el espíritu de la humildad. La humanidad y la generosidad son dos características del discípulo de Jesús.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Seguimos viendo las virtudes que deben adornar a un cristiano. Hoy vamos a fijarnos en la humildad, humus en latín, que significa tierra. De ahí se deduce que el humilde es el que se mueve a ras de tierra. Si lo pensamos bien, el humilde es el que está en lo que realmente somos: “uno de tantos” en medio de la marea humana que puebla nuestro mundo. No somos tanto como a veces podemos pensar.
Por eso el autor del libro del Eclesiástico, en la primera lectura, aconseja cuando dice: “Hazte pequeño en las grandezas humanas y encontrarás el favor del Señor”. Antes de ser un consejo religioso y/o cristiano o católico, se trata más bien de un consejo profundamente humano. La humildad es la actitud o la virtud que regula las pretensiones, las ambiciones o los deseos inmoderados del ser humano antes las cosas materiales  y los honores de este mundo. Y la Biblia nos enseña, por su parte, que la humildad “hace apreciar el valor de las cualidades del otro, del hermano e introduce al creyente en los más profundos secretos de Dios. En una palabra, la humildad nos hace reconocernos semejantes a los demás y dependientes de Dios, nuestro creador.
Si en la primera lectura se nos recomienda la humildad como actitud indispensable ante Dios y los hermanos, ahora, en el Evangelio, es Jesús, el Señor, quien nos ofrece un ejemplo claro de ella: “no ocupes un primer puesto para destacarte sobre los demás. Ese primer puesto debe ocuparlo quien se lo merezca de verdad”. ¿Por qué Jesús habla así sin tapujos? Él habla así porque nos conoce bien. Sabe que hoy y siempre la humildad no ha gozado de buena prensa. No es considerada y sí despreciada, pues se buscan los primeros puestos en todos los campos de la vida: político, social, laboral e, incluso, religioso. Acordémonos de la oración del fariseo en el templo: “Te doy gracias porque no soy como los demás…”. Una oración donde la humildad brilla por su ausencia.
Hoy más que nunca se promueve la competitividad, el ganar más que los demás, el sentirse seguro de sí mismo. El mundo es como un banquete y son muchos los comensales invitados. Uno se pregunta: ¿habrá lugar para mí? ¿Cómo conseguirlo? Se buscan recomendaciones, se empuja y se pisotea al compañero para llegar a ocupar el lugar más prestigioso. Jesús sabe que el ser humano actúa así en muchas ocasiones. Y hoy quiere presentarnos otro estilo de vida donde la humildad, la sencillez y la generosidad sean la norma de vida.
Estas virtudes son muy queridas por Dios y muy gratas a los ojos de los hombres. Porque el humilde se sabe solidario y abierto a los demás; mientras que el soberbio, el que aspira a los primeros puestos cueste lo que costare, no tiene en cuenta a los demás a no ser para utilizarlos en su provecho. El humilde es capaz de comprender y compartir los problemas del prójimo y por eso tiene una actitud servicial para todos; mientras que el soberbio se despreocupa de todos y solamente le interesa aquello que le favorezca a él, aunque perjudique a otros.
Queridos hermanos y hermanas, la auténtica humildad es, ante todo, una virtud del Reino de Dios, es decir, es un don de Dios. Hay que pedirle al Señor insistentemente que nos dé ese don en todas nuestras actuaciones. La humildad no consiste en perder nuestra dignidad, ni en negar la verdad, sino en reconocer que todo don proviene de Dios. La falsa humildad es obra del hombre que busca su propio beneficio. Evitemos esa clase de humildad porque Dios sabe situar a cada uno en el puesto que le corresponde, tal como nos dice el Señor en el Evangelio de hoy. Amén.

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