XXI DOMINGO DEL TIEMPO DEL ORDINARIO. Ciclo C.
EL ESPÍRITU ES UNIVERSAL
Ideas principales de las lecturas de
este domingo:
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1ª
Lectura: Isaías
66,18-21: El día de la reunión y de
la ofrenda. El Profeta revela el interés que tiene Dios en reunir a todos
los hombres. El domingo es el día en el que el Señor nos reúne y nos manifiesta
su gloria y nosotros le ofrecemos nuestros dones.
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2ª
Lectura: Hebreos
12,5-7. 11-13: Tiempo de la
corrección. La lectura nos recuerda los dos frutos principales de la
corrección: la participación en la santidad de Dios y alcanzar la herencia
eterna reservada a los hijos.
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Evangelio: Juan 13,22-30: El Reino abierto a todos. Jesús, camino de Jerusalén, insiste en
la universalidad de la salvación y en nuestra responsabilidad de poner los
medios necesarios para entrar por la “puerta estrecha”.
Queridos hermanos y
hermanas en Cristo: La catequesis de este Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario versa sobre un tema que suele ser
un problema acuciante para la humanidad: el destino definitivo del
hombre. Los hombres de todos los tiempos se han preguntado por el más allá.
Unos, desde posturas puramente inmanentes y materialistas, negando rotundamente
la existencia de la otra vida, y/o fomentando un estilo de vida que se agota en
el disfrute del presente porque, según ellos, el futuro es incierto y esta vida
se acaba muy pronto. Otros, desde posturas que dejan lugar a la trascendencia, tema
que nos plantean las lecturas de hoy: la
preocupación por la salvación. De ahí la pregunta que el discípulo del
evangelio le hace a Jesús: ¿serán pocos los que se salven? En
el fondo todos tenemos unas preguntas sobre el destino de nuestra vida: ¿Son
muchos los que se salvan? ¿Quiénes van a salvarse? ¿Me voy a salvar yo? –
Preguntamos a menudo.
Pero en el fondo, estas
preguntas revelan un cierto interés según las personas que las plantean.
Algunas se obsesionan sólo por su propia salvación o la de su propio grupo, sin
importarles la de todos los hombres; otras, prefieren que todos se salven
indiscriminadamente, sin cuestionar la vida que llevan o hayan llevado (porque
Dios es bueno). Por eso Jesús interviene hoy para esclarecer este tema de la
salvación. Y responde que la salvación no es cuestión de pocos o de muchos; no
es cuestión de cantidad. La salvación, según el Señor, está al alcance de
todos. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad. Lo que pasa es que no todos están dispuestos a recorrer el camino
que lleva a ella.
El camino ofrecido por
Jesús exige una aceptación personal. No es suficiente con pertenecer a un pueblo determinado, nacer en
una familia cristiana, practicar, por tradición, una religión. Es preciso aceptar personalmente el Evangelio de
Jesús y mantenerse dispuestos a cumplirlo, a pesar de las caídas que se puedan
tener o debilidades que no se logren superar.
El camino ofrecido por
Jesús exige también un perfeccionamiento de nuestra vida a
través de la corrección. Muy acertadamente nos habla la Carta a los
Hebreos en la segunda lectura. El sufrimiento y las contrariedades no podemos
considerarlas como un “castigo de Dios”, sino como una prueba que se nos ofrece
para corregir nuestros errores o defectos y una ocasión para lograr un mayor
perfeccionamiento en nuestra vida.
Por eso nos exhorta
Jesús en el Evangelio: “esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.
Esto equivale a decir que el camino que lleva a la salvación no es precisamente
camino de rosas, sino un camino de trabajo, de esfuerzo, de coraje, recorrido
(eso sí) con alegría, gozo y entusiasmo. Es un camino que afecta toda nuestra
vida. No es solamente cuestión de si vamos a misa o recibimos algún Sacramento,
o si hacemos alguna obra buena en alguna ocasión. No es cuestión de méritos o
de réditos. Se trata de orientar toda la vida hacia Dios: con toda el alma, mente y corazón.
Con este planteamiento, Jesús nos quiere dejar claro que los que se salvan son los que no preguntan, pero viven según el Evangelio. Los que se salvan son los que cumplen la ley evangélica; los que viven preocupados por ser mejores cada día y quieren santificarse y perfeccionarse en los quehaceres de cada día; son los que no pecan y si pecan piden perdón al Señor y al hermano ofendido; son los limpios de corazón y ponen en práctica las bienaventuranzas; los que hacen buenas obras y están dispuestos a ayudar al hermano necesitado; son los que aman a Dios y al prójimo, porque el amor hace entrar en el Reino por la puerta estrecha; los que se salvan son los que confían plenamente en el Señor y no en sus fuerzas. Amén.
Con este planteamiento, Jesús nos quiere dejar claro que los que se salvan son los que no preguntan, pero viven según el Evangelio. Los que se salvan son los que cumplen la ley evangélica; los que viven preocupados por ser mejores cada día y quieren santificarse y perfeccionarse en los quehaceres de cada día; son los que no pecan y si pecan piden perdón al Señor y al hermano ofendido; son los limpios de corazón y ponen en práctica las bienaventuranzas; los que hacen buenas obras y están dispuestos a ayudar al hermano necesitado; son los que aman a Dios y al prójimo, porque el amor hace entrar en el Reino por la puerta estrecha; los que se salvan son los que confían plenamente en el Señor y no en sus fuerzas. Amén.
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