domingo, 15 de diciembre de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

III DOMINGO DEL ADVIENTO. Ciclo A
ALEGRAOS, LA LIBERACIÓN ESTÁ CERCA
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: Isaías 35,1-6ª.10: ¿Isaías conoce el desánimo de su pueblo exiliado. No es un visionario eufórico; ha puesto su esperanza y confianza en el Dios de las promesas. El profeta escruta el horizonte de la historia según la mirada de Dios y descubre un nuevo amanecer para su pueblo y ve reverdecer el desierto. Experimenta la fuerza salvadora de Dios y describe la liberación y el regreso a Jerusalén con imágines alegres de la naturaleza y con signos divinos.
  • 2ª Lectura: Santiago 5,7-10. Santiago recurre a un ejemplo de la vida ordinaria para apoyar su exhortación. Invita a la paciencia del labrador, que espera el fruto de su trabajo. El labrador cuida la tierra con su trabajo, mira el cielo y espera la lluvia. Después de meses recoge el fruto. El apóstol exhorta a tener paciencia y a mantenerse firmes en la espera del Señor.
  • Evangelio: Mateo 11,2-11. Nuestra vida está rodeada de signos, y la mayoría de las veces desconocemos su significado. El Bautista está encarcelado y envía a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si él es el Mesías o deben esperar a otro. Jesús responde con el lenguaje simbólico de los signos, que dan respuesta a la pregunta.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El tercero Domingo del Adviento se le conoce tradicionalmente como “domingo de la alegría”. Esta alegría se fundamente en el inminente nacimiento de Jesús, nuestro salvador. Su nacimiento nos trae mucha alegría y gozo. La palabra de Dios de hoy nos presenta esa alegría en un lenguaje cargado de signos de liberación como el florecimiento del desierto, la estepa y el páramo; la curación de los ciegos, los sordos, los inválidos y los leprosos; la liberación de los esclavos; la vuelta a casa de los exiliados; y la resurrección de los muertos.
¿Quién no se alegra ver florecer el desierto? ¿Quién no se alegra de verse libre de la esclavitud? ¿Quién no se alegra de poder volver a casa después de un largo tiempo de ausencia? ¿Quién no se alegra de tener un cuerpo sano? ¿Quién no se alegra de volver a recobrar la vida? La felicidad es una de las grandes aspiraciones del ser humano. Deseamos y esperamos ser felices cada día de nuestra vida. Y no faltan momentos en nuestra vida en que, a fuerza de ir detrás de nuestra felicidad, acabamos angustiados por nuestra impaciencia. Esto nos pasa porque no somos los artífices de nuestra felicidad, sino Dios.
Hoy el apóstol Santiago, en la segunda lectura, nos exhorta a tener paciencia y a mantenernos firmes en la espera del Señor, porque él es nuestra felicidad. Es el que nos da la felicidad. Pero hace falta ver y sentir esa felicidad también en los signos del Reino que nos trae Jesús. Ese Reino de Dios ya está aquí y ahora entre nosotros. Tenemos que abrir los ojos de la fe para ver y percibir los signos y las presencias del Reino, del Mesías, de Jesús en la Iglesia de Dios y en nuestros ambientes. Estos signos y presencias aparecen hoy día en señales de servicio, de solidaridad, de obras de misericordia…
  • Hay comunidades que lo ponen todo en común y son felices porque se aman como hermanos. Gente que vive ya aquí la hermandad y, si uno se pone enfermo, todos están pendientes de él.
  • Tenemos una comunidad parroquial solidaria con los que sufren en nuestra sociedad (en estos momentos de la crisis económica), y en otras sociedades a las que ayudamos en momentos puntuales.
  • Hemos visto a gente de todas clases que hacen de su trabajo y de su vida un servicio y una entrega a los demás y son felices. Todos ellos han recibido y reciben un soplo del Espíritu y aprendieron y aprenden a vivir la vida nueva del amor.
Ejemplo de ello es Santa Ángela de la Cruz, cuya imagen bendecimos y acogemos hoy en la Parroquia de Cala. Ella recibió ese soplo del Espíritu y aprendió a vivir esa vida nueva del amor. Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida religiosa, aumentaban todos los días de su vida. A pesar de su fracaso de no poder ser monja en el convento por su delicada salud, se dijo a sí misma: “seré monja en el mundo” e hizo los votos religiosos. Ella se propuso, no vivir siguiendo a Jesús con la cruz de su vida, sino vivir permanentemente clavada en ella junto a Jesús. De ahora en adelante se llamará Ángela de la Cruz, dejando el nombre de María de los Ángeles Guerrero González que le dieron sus padres al nacer en el 30 de enero de 1846 en Sevilla.
Ángela comienza a afirmarse en una idea que le ha venido con fuerza: “hay que hacerse pobre con los pobres”. Los pobres, para nuestra santa, eran todos los que padecían en el cuerpo y en el espíritu. Sintió una llamada especial por Dios para llevarles la liberación y la salvación con el ejemplo de su vida, preferentemente, la práctica del desprendimiento de las cosas terrenas, la humildad, la oración, el silencio y la limpieza del corazón. Su vida ejemplar y su caridad perduran hoy en la Iglesia de Cristo. AMÉN.

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