VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A
¿ES UTÓPICO EL
EVANGELIO?
IDEAS PRINCIPALES DE LAS LECTURAS
DE ESTE DOMINGO
- 1ª Lectura: Levítico 19,1-2.17-18: El Señor es santo. El libro del Levítico contiene muchas normas referentes a la celebración del culto divino. Dios es el modelo que hay que imitar y hemos de ser santos, porque él es Santo.
- 2ª Lectura: I Corintios 3,16-23: El hombre terreno y celestial. Pablo afirma en el contexto de la lectura que Cristo ha resucitado y que su resurrección asegura la nuestra. En el texto de hoy responde a la dificultad que surge espontánea en la mentalidad griega de entonces: ¿cómo se resucita? Da la respuesta desde nuestra desde nuestra vinculación a Cristo. Cristo posee un espíritu vivificante y transformador. Llevamos su imagen.
- Evangelio: Mateo 5,17-37: Las condiciones de la felicidad. Las exigencias del Sermón de la Montaña son radicales, hasta llegar a amar al enemigo. Jesús expone su enseñanza por medio de contrastes. Las bienaventuranzas no son solo apertura a Dios, son también apertura y disponibilidad misericordiosa hacia los hermanos. Responder al mal con el bien es la condición para ser feliz.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: Seguimos en el mismo tema que venimos reflexionando
los domingos anteriores: las características del discípulo de Jesús que vienen
en el Sermón de la Montaña. Hoy Jesús nos invita a mirar hacia nosotros mismos.
¿Cómo nos gusta que nos traten? La respuesta es fácil. Queremos que los demás
nos traten con generosidad, que sean tolerantes y comprensivos, que digan que
somos muy buena gente… Este deseo radica en la concepción que tenemos de
nosotros mismos: “somos siempre buenos” y “somos, igualmente, compasivos con
nosotros mismos”.
Por
eso, la Palabra de Dios de este VII Domingo del Tiempo Ordinario nos recuerda
que si una persona es compasiva consigo misma, lo debe ser también con los demás.
Nos recuerda también que Dios nos llama a ser santos porque él es Santo. O sea,
participamos de su santidad. Nos recuerda también que somos templo del Espíritu
Santo, es decir, que Dios mismo habita en nosotros.
Jesús
conoce nuestra vocación a la santidad y nuestra condición de ser templos
del Espíritu Santo. De ahí que nos previene a no perder ese precioso don que
Dios da a los que creen en él. Para conseguir la santidad y la comunión con
Dios nos indica hoy el camino para huir del odio, del rencor, tratando a todos
con respeto. Y ello no porque Dios nos castigaría, sino por a Dios y al
prójimo. Es la “razón nueva” por la que debe actuar el creyente, y que se
resalta en el Evangelio de Dios.
Para
los cristianos, el Evangelio es una verdadera carta magna de la caridad y un
verdadero código ético y moral que ha de guiar sus vidas. Nuestra vocación no
es de jueces, y mucho menos de verdugos; es una vocación de hermanos que
quieren ser, por encima de todo, buenos con todos, como lo es el Padre del
cielo. Corremos el riesgo de relacionarnos solamente por interés; nadie da nada
si no hay esperanzas de recibir; en cambio, el criterio de Jesús es otro: “Lo
que no quieres para ti no lo quieras para otros”. No se trata, en ningún caso,
de un amor de simetría (=si me amas, yo te amaré), sino totalmente asimétrico
(=te amaré aunque no me ames).
Queridos hermanos y hermanas, Cristo no nos enseña solamente un estilo
civilizado de convivencia, ni normas de cortesía que observa todo el mundo,
sino uno modo de proceder claramente superior: un estilo basado en el amor
gratuito y desinteresado al prójimo. Esa es la novedad de Jesús; así se cumple
el imperativo: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. A pesar de la
dificultad que supone llevar este mensaje de Jesús, debemos acogerlo,
reflexionarlo y contrastarlo con nuestro modo de pensar y proceder diarios.
Amén.
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