VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO
A
NO
ESTÉIS AGOBIADOS
Ideas
principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: Isaías 49,14-15: Dios no se olvida de sus hijos. El pasaje de hoy se halla al final de uno de los poemas del Siervo de Yahvé. Es un texto breve, pero intenso. Es un canto al amor que Dios tiene para con su pueblo, a pesar de sus extravíos. Una madre nunca olvida a su hijo. Dios tampoco se olvida de sus hijos.
- 2ª Lectura: I Corintios 4,1-5: Dios es el único juez. En la comunidad de Corinto había divisiones y partidos eclesiales. Para Pablo, los ministros deben ser servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios, por lo tanto han de ser fieles a la misión recibida. La conciencia de Pablo está tranquila delante de Dios, el único juez.
- Evangelio: Mateo 6,14-34: Unas pistas de situación. Seguimos con el Sermón de la Montaña. Jesús nos invita a no agobiarnos ni por la comida ni por el vestido, lo importante es el Reino de Dios y su justicia. Jesús pone unas comparaciones que parecen demasiado poéticas. Termina con una recomendación: “A cada día le baste su propio afán”.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: La catequesis de hoy es muy sencilla y entronca
con nuestra vida diaria. Hoy nos plantea el tema de la “Providencia divina”,
muchas veces cuestionada no sólo por hombres de este mundo, sino por “muchos
bautizados” también.
En
ciertas ocasiones, ante acontecimientos adversos, tenemos la sensación de que
Dios nos ha olvidado, no atiende nuestros ruegos o no cuidad de nosotros. Esta
misma sensación la sintió el pueblo de Israel en su destierro. Se lamentaba del
abandono de Dios; del olvido en que Dios les tenía. Pero Dios, a través de sus
profetas, les ofrece un mensaje de consuelo: Dios no puede abandonar a sus hijos y su amor es más entrañable que el
mismo amor de una madre. Este mensaje reconfortante sigue siendo válido
para cada uno de nosotros en los momentos adversos de nuestra vida.
En
esa misma línea, nos habla hoy el evangelista Mateo. Como en los últimos
domingos, este Evangelio forma parte del Sermón de la Montaña en el que Jesús
nos explica las actitudes básicas que deben tener sus discípulos. Hoy se fija
en la actitud ante las cosas materiales, en concreto el dinero como símbolo de
todas ellas. Dos cosas nos dice ese Evangelio: a) que no podemos servir a dos
señores; b) que Dios es providente: si buscamos el Reino, lo demás se nos dará
por añadidura.
Los
hombres buscamos con verdadero agobio lo que necesitamos para comer, beber o
vestir. Y no sólo eso, sino que se envidia al que posee cosas y se humilla al
que carece de bienes. Es evidente que se crean distancias humanas y sociales
por razón de los bienes que se poseen y no por las virtudes o valores que se
practican. Sabe Jesús que las cosas materiales han sido muchas veces la causa
principal de enfrentamientos entre familiares, amigos, compañeros, vecinos… Y
hoy nos quiere prevenir para no caer en esa trampa. Dice que no puede ser ése
el criterio de división entre los hombres. Dios es Padre que no abandona a
quien le busca con confianza.
En
el Evangelio que proclamamos hoy, el Señor no se dirige solamente a los pobres
que se preocupan afanosamente por el pan de cada día; ni se dirige
exclusivamente a los ricos que ponen su confianza en el patrimonio acumulado.
El Señor se dirige a los dos grupos por a) el pobre corre el riesgo de poner
sus esperanzas y desvelos en las riquezas que no posee, b) el rico puede estar
al servicio y ser esclavo de los bienes que posee.
Jesús, el Señor, se dirige al hombre que se encuentre en cualquiera de
esas dos situaciones, porque las riquezas (poseídas o deseadas) se presentan
como una realidad capaz de competir con Dios. No hay duda que todos
necesitamos: reflexión y revisión de conducta; y, también, verdadera
conversión, dejando mucho más espacio en nuestra confianza al amor providente
de Dios. Tengamos presente lo que afirma Jesús: “buscad, ante todo, el Reino de
Dios y lo demás se os dará por añadidura”. Amén.
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