XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
MUCHOS SON LOS LLAMADOS Y POCOS LOS ESCOGIDOS
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
1ª Lectura: Isaías 25, 6-10a. El banquete festivo del futuro. El profeta Isaías, ocho siglos antes de Cristo, proclama su apocalipsis: habla de que Dios preparará un banquete mesiánico con manjares enjundiosos y vinos generosos. En adelante esta imagen servirá para expresar la esperanza de un mundo fundamentado en la paz y en el gozo.
2ª Lectura: Filipenses 4, 12-14. 19-20. La recompensa del Señor. Pablo recibe en la cárcel un regalo de sus preferidos, los filipenses. Al final de su carta, Pablo agradece a la comunidad de los filipenses la ayuda material que le han enviado. Aunque desprendido de todo, les aplaude su gesto de cariño y amor. Dios les premiará su gesto.
Evangelio: Mateo 22, 1-14. El banquete para todos. La parábola de Jesús tiene resonancias escatológicas del Reino es una llamada a secundar la invitación a las bodas. El vestido nupcial es el vestido que el Señor regala en el bautismo y la confirmación. Es el vestido de la gracia. El banquete es símbolo y realidad de la salvación ofrecida por el Señor.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Hoy tenemos motivos suficientes para participar con alegría en esta celebración; pues, celebramos la festividad de Nuestra Señora del Pilar, Patrona de nuestro país y de la Guardia Civil, y fiesta de los pueblos Hispanos. Este año, esta fiesta la vamos a vivir de manera especial porque la estamos celebrando dentro de la liturgia del Domingo veintiocho del tiempo ordinario.
El domingo es un día señalado en el ritmo de nuestra vida. Es el día de descanso, día de fiesta, día de los amigos y compañeros, día de familia. Para los cristianos es el día de encuentro entre nosotros, como manifestación de nuestra fe y de encuentro con el Señor para hablarle en la oración, darle gracias en la Eucaristía, y escuchar su Palabra. En definitiva, es "día de fiesta" a la que el Señor nos invita a su casa y a su mesa y que hemos aceptado.
Precisamente hoy, en este domingo, la liturgia nos habla del Reino de Dios, es decir, de la Iglesia, como un festín de manjares suculentos, de vinos de solera, un banquete de bodas, una fiesta. En un mundo cargado de problemas como el que vivía Jesús, afectado por las desigualdades y discriminaciones socio-religiosas y oprimido por el imperio romano, y en un mundo como el que estamos viviendo con tanta gente triste, amargada y deprimida, las palabras de la Misa de hoy suenan extrañas para unos y cargadas de esperanza para otros, sobre todo, para nosotros los creyentes.
Si en la primera lectura el profeta Isaías nos ofrecía la imagen de un banquete como símbolo de la salvación realizada por Dios, ahora es Jesús, el Señor, quien nos lo recuerda también. Nos habla de la fiesta de la salvación que el Señor ofrece, por pura iniciativa suya y gratuitamente, a todo el pueblo. Dios nos ofrece la salvación y la felicidad. Nosotros somos libres de aceptar o no esta magnífica invitación. Hablar de felicidad y salvación hoy es hablar de aquello a lo que aspira toda persona. Algunos buscan la salvación y la felicidad de muchas maneras y valiéndose de muchos medios, pero el Señor también invita hoy a todo el mundo a su banquete, a su entorno de amigos para darnos la salvación y la felicidad eternas. Con esa invitación, el Señor quiere que nos sentemos a su mesa, nos encontremos con él y recibamos de él lo que en verdad buscamos y necesitamos. ¡Por nuestro bien, acudamos, de vez en cuando, a su invitación!
Quisiera terminar invitando a toda la comunidad cristiana a rezar por nuestro hermanos del Cuerpo de la Guarda Civil. Que pidamos a Dios, por intercesión de María, la Virgen del Pilar, que les siga protegiendo en su trabajo de servicio al bien común de nuestros municipios de Cala, Arroyomolinos de León y Cañaveral de León; un trabajo arriesgado en la mayor parte de las ocasiones, pero necesario para garantizar la libertad, la seguridad y buena convivencia en nuestra sociedad.
Roguemos a Dios también por todos sus compañeros y familiares fallecidos. Que el Señor les conceda su paz eterna. A Él se lo pedimos de manos de María, la Virgen del Pilar, por Jesucristo Nuestro Señor. Amen,
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