miércoles, 1 de septiembre de 2010

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


ANDAR EN LA VERDAD

Ideas principales de las lecturas de este domingo.
- 1ª Lectura: Eclesiástico 3,17-18.20.28-29: La persona solo es capaz de abrirse a la revelación de Dios cuando se apea de sus grandezas y reconoce su limitación. La lectura de hoy condena la postura del orgulloso y afirma que la verdadera grandeza consiste en la actitud humilde y en estar abierto a la sabiduría divina. Las grandezas humanas son efímera, en cambio la humildad permanente ante los ojos de Dios y de los hombres. La humildad engrandece.
- 2ª Lectura: Hebreos 12,18-19.22-24a: La lectura recuerda que en el Antiguo Testamento existía la economía religiosa del temor, en cambio, en el Nuevo Testamento prevalece la economía de la confianza. Dios conduce a los “pobres de Israel” a Jerusalén y conduce también a los humildes y pobres de corazón a la asamblea festiva de los justos.
- Evangelio: Lucas 14,1.7-14: Jesús vino a enderezar el camino soberbio del hombre y a crear una nueva humanidad fundamentada en el espíritu de la humildad. La humildad y la generosidad son dos características del discípulo de Jesús.

• Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Si en la primera lectura se nos recomendaba la humildad como actitud indispensable ante Dios, en el Evangelio de este Vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario, es Jesús, el Señor, quien nos ofrece un ejemplo claro de ella: “no ocupes un primer puesto para destacarte sobre los demás. Ese primer puesto debe ocuparlo quien se lo merezca de verdad”.
• Pero si analizamos nuestra realidad actual, nos damos cuenta de que pocas veces oímos hablar de “humildad”, y menos en el campo de la política, en el ámbito social o empresarial. Más aún, hoy la humildad no goza de buena prensa. No es considerada, y sí despreciada, pues se buscan los primeros puestos en el campo político, social y laboral; se promueve la “competitividad”, el ganar más que los demás, el sentirse seguro de sí mismo.
• Hay muchos comensales alrededor de la mesa de competiciones. Los comensales se preguntan: ¿habrá lugar para mí? ¿Cómo conseguirlo? Se buscan recomendaciones, se empuja y se pisotea al compañero para llegar a ocupar el lugar más prestigioso. Jesús nos conoce bien y sabe que hasta en la oración nos mostramos, muchas veces, orgullosos, arrogantes: “te doy gracias porque no soy como los demás: homicidas, ladrones, blasfemos…”. Y así, desbancamos y quitamos de en medio a los demás para quedarnos sólo nosotros; y las palabras de Jesús parece que no tienen cabida en nuestra sociedad.
• Por el contrario, el Señor dice en su oración, la que recomienda a sus seguidores, los cristianos: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado el Reino a los humildes, a los pequeños, a los despreciados…”. La humildad, la sencillez, la generosidad, son virtudes muy queridas por Dios y muy gratas a los ojos de los hombres. Aquí se trata de la humildad cristiana que no consiste en cabezas bajas y en cuellos torcidos, sino en reconocer que debemos doblegar el corazón por el arrepentimiento, para que nuestra fe no sea pobre, nuestra esperanza coja y nuestro amor ciego. Sólo quien posee esa humildad, se siente solidario y abierto a los demás; mientras que el soberbio -el orgulloso- el que aspira a los primeros puestos cueste lo que costare, no tiene en cuenta a los demás a no ser para utilizarlos en su provecho.
• El humilde es capaz de comprender y compartir los problemas del prójimo y por eso tiene una actitud servicial para todos; mientras que el soberbio se despreocupa de todos y solamente le interesa aquello que le favorezca a él, aunque perjudique a otros. La falsa humildad destruye muchos corazones y hunde a muchas personas en la desesperación. Pero Jesús, hoy, nos invita vivir en la auténtica humildad que consiste en decir la verdad, reconociendo que todo don proviene de Dios. Amén.

Pedimos al Señor, con humildad y sinceridad, que perdone nuestros pecados:
• Por nuestros egoísmos culpables que nos hacen ignorar las necesidades del prójimo: Señor, ten piedad.
• Por nuestras ofensas, envidias, maledicencias, rencores hacia nuestros hermanos: Cristo, ten piedad.
• Por nuestros pecados en el servicio a los hermanos al querer ocupar siempre los primeros puestos a costa de caridad e, incluso, de la justicia: Señor, ten piedad.

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