jueves, 5 de abril de 2012

TRIDUO PASCUAL

JUEVES SANTO.
Jerusalén bullía con la proximidad de la gran Pascua hebrea. Gentes venidas de lejos, peregrinos de la Diáspora se preparaban para rememorar gozosos el paso del Señor por la tierra, para liberar a su pueblo. La sangre fresca de los corderos señalaba las puertas del barrio judío... Jesús celebra con los suyos, en la intimidad del anochecer, la cena pascual. Su ardiente deseo de que llegara aquella hora estaba cumplido, el amor por los discípulos llegaba a su zenit, hasta el extremo de una entrega incondicional y absoluta...
No importaba la cercanía del demonio, escondido en el corazón de Judas. Jesús se pone a lavarles los pies polvorientos de sus apóstoles, asombrados y desconcertados ante aquel gesto de supremo servicio y anonadamiento. Pedro se rebela, pero el Señor vence con facilidad su rebeldía. La lección magistral del adiós es clara y conmovedora. Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros habéis de amaros y servíos unos a otros...
Ultima noche del nuevo paso de Dios por la tierra, noche de intimidad, de confidencias hondas, de entrega definitiva, de oración intensa y doliente, de traiciones y olvidos, de sudor de sangre y de lágrimas, angustias de muerte, entrega generosa y decidida. Noche dolorida de amor supremo, noche de luces y de sombras, de palabras encendidas, de promesas maravillosas, únicas y divinas. Noche de la Nueva y Eterna Alianza, cuando el Amor se entrega hasta las últimas consecuencias. Noche de Eucaristía, Noche de Pascua. Noche luminosa. Jesucristo, Dios y hombre, el Señor abre los tesoros insondables de su Corazón divino y los entrega a manos llenas. Desde entonces su Presencia entrañable bienhechora se prolonga y renueva a lo largo del tiempo y del espacio.

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