II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C.
JESÚS INVITADO A LA BODA
Ideas principales de las lecturas de
este domingo:
-
1ª
Lectura: Isaías 62,1-5:
El amor de Dios que salva. Después
del edicto de Ciro que autoriza el retorno de los exiliados y la reconstrucción
de Jerusalén, el profeta ve que el amor de Dios rodea a la ciudad y describe el
amor divino como una fiesta de bodas. Emplea una terminología que evidencia el
contenido salvífico del mensaje: el encuentro de Dios con Jerusalén, signo de
su presencia en medio de su pueblo.
-
2ª
Lectura: I Corintios
12,4-11: Los dones del Espíritu.
En la sociedad existe diversidad de profesiones y funciones; en la Iglesia hay
diversidad de ministerio y dones o carismas. Pablo recuerda que Dios no cesa de
conceder dones a su Iglesia. Los ministerios se distribuyen a Cristo y los
carismas al Espíritu Santo. Los carismas no son privilegios personales, sino
dones para que en la Iglesia crezcan la unidad y la caridad.
-
Evangelio:
Juan 2,1-11: Jesús convierte el agua en vino. La primera parte del evangelio de
san Juan se llama el libro de los signos porque Jesús desvela su mesianidad
realizando una serie de signos. EL primero lo realiza en Caná y es el signo
prototipo de los otros siete. Los discípulos creyeron en Jesús. Los signos de
Jesús nos interpelan también a nosotros. Es necesario tener los ojos abiertos,
creer en Cristo y aceptar su presencia.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo: El evangelio que acabamos de escuchar termina
diciendo: “Así, en Caná de Galilea Jesús
comenzó sus milagros, manifestó su
gloria y creció la fe de sus discípulos en Él”. Estamos hablando de la
tercera epifanía de Jesús. La primera fue ante los pastores y los magos, al
poco de nacer. La segunda en su bautismo, de la que hablamos el domingo pasado,
y esta tercera es el comienzo de su
actuación pública. Aquí es el poder de Dios el que se manifiesta a través
de los milagros de Jesús que no son sino expresión y manifestación del amor que
tiene Dios a los hombres.
Ese
amor divino lo describe el profeta Isaías, en la primera lectura, en términos
de matrimonio entre Dios y su pueblo. Dios llega a los hombres en todos los
momentos de la vida, pero cuando llega en los momentos tristes y desolados,
como llegó al pueblo de Israel, sus vidas cambian y se llenan de felicidad.
Dios llega de muchas maneras y a través de personas concretas a la vida de los
hombres. Hoy se sirve del profeta Isaías para llevar al pueblo de Israel un
mensaje de esperanza: “Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada; a ti te llamarán mi favorita, y a tu tierra desposada. Porque el Señor te prefiere
a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te
desposa el que te construyó, la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo”.
Esta
imagen de Israel y Dios como esposos que se aman la encontramos mucho en el
Antiguo Testamento. Por supuesto un matrimonio que se mueve entre la fidelidad
de Dios y la infidelidad de Israel. Dios quiere hacer con cada uno de nosotros esa
misma historia de amor. Nuestra relación con él debe basarme en el amor mutuo.
Nuestra felicidad depende de nuestra fidelidad a él.
Pero
también nuestra felicidad depende de la felicidad de nuestros hermanos. Por eso
se nos invita compartir los dones que nos ha dado Dios. El Espíritu se
manifiesta en cada uno de nosotros para el bien común; ésta es la clave de
interpretación de la segunda lectura. La llamada de Dios es cada uno, pero en
comunidad. Es decir, la relación con Dios es personal. Dios nos conoce por nuestro
nombre, nos llama por nuestro nombre, pero nos llama dentro de un pueblo del
que formamos parte. Por eso es tan importante la Eucaristía del domingo, porque
es la oración comunitaria de los hijos de Dios. El ir a la misa los domingos
más que una obligación (en sentido impositivo) es para los bautizados UNA
NECESIDAD, porque es una ocasión fundamental para encontrarse con la comunidad
para celebrar el día del Señor.
Hay
que conjugar la dimensión personal y comunitaria de la fe. Esta segunda lectura
de hoy nos explica la importancia de la construcción de esa comunidad. Dios nos
ha repartido unos dones para que con ellos colaboremos en la construcción del
bien común. No vale decir que no nos ha tocado ningún don. Los dones pueden ser
desde una sonrisa bonita, hasta una capacidad de servicio o de escucha o el don
de la palabra, o la capacidad de hacer el bien o leer con claridad una lectura
en el templo.
Hoy,
en el Evangelio, hemos visto también a María, la madre de Jesús, haciendo uso
de su don de intercesión, de pedir a favor de los demás: “No les queda vino”. En este mundo todos somos necesarios. Nos
necesitamos los unos a los otros para manifestar la gloria de Dios. Y “la gloria de Dios, como decía S. Ireneo, es que el hombre viva”. Amén.
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