lunes, 21 de enero de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C.
JESÚS INVITADO A LA BODA

Ideas principales de las lecturas de este domingo:
-          1ª Lectura: Isaías 62,1-5: El amor de Dios que salva. Después del edicto de Ciro que autoriza el retorno de los exiliados y la reconstrucción de Jerusalén, el profeta ve que el amor de Dios rodea a la ciudad y describe el amor divino como una fiesta de bodas. Emplea una terminología que evidencia el contenido salvífico del mensaje: el encuentro de Dios con Jerusalén, signo de su presencia en medio de su pueblo.
-          2ª Lectura: I Corintios 12,4-11: Los dones del Espíritu. En la sociedad existe diversidad de profesiones y funciones; en la Iglesia hay diversidad de ministerio y dones o carismas. Pablo recuerda que Dios no cesa de conceder dones a su Iglesia. Los ministerios se distribuyen a Cristo y los carismas al Espíritu Santo. Los carismas no son privilegios personales, sino dones para que en la Iglesia crezcan la unidad y la caridad.
-          Evangelio: Juan 2,1-11: Jesús convierte el agua en vino. La primera parte del evangelio de san Juan se llama el libro de los signos porque Jesús desvela su mesianidad realizando una serie de signos. EL primero lo realiza en Caná y es el signo prototipo de los otros siete. Los discípulos creyeron en Jesús. Los signos de Jesús nos interpelan también a nosotros. Es necesario tener los ojos abiertos, creer en Cristo y aceptar su presencia.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El evangelio que acabamos de escuchar termina diciendo: “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en Él”. Estamos hablando de la tercera epifanía de Jesús. La primera fue ante los pastores y los magos, al poco de nacer. La segunda en su bautismo, de la que hablamos el domingo pasado, y esta tercera es el comienzo de su actuación pública. Aquí es el poder de Dios el que se manifiesta a través de los milagros de Jesús que no son sino expresión y manifestación del amor que tiene Dios a los hombres.
Ese amor divino lo describe el profeta Isaías, en la primera lectura, en términos de matrimonio entre Dios y su pueblo. Dios llega a los hombres en todos los momentos de la vida, pero cuando llega en los momentos tristes y desolados, como llegó al pueblo de Israel, sus vidas cambian y se llenan de felicidad. Dios llega de muchas maneras y a través de personas concretas a la vida de los hombres. Hoy se sirve del profeta Isaías para llevar al pueblo de Israel un mensaje de esperanza: “Ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada; a ti te llamarán mi favorita, y a tu tierra desposada. Porque el Señor te prefiere a ti y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó, la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo”.
Esta imagen de Israel y Dios como esposos que se aman la encontramos mucho en el Antiguo Testamento. Por supuesto un matrimonio que se mueve entre la fidelidad de Dios y la infidelidad de Israel. Dios quiere hacer con cada uno de nosotros esa misma historia de amor. Nuestra relación con él debe basarme en el amor mutuo. Nuestra felicidad depende de nuestra fidelidad a él.
Pero también nuestra felicidad depende de la felicidad de nuestros hermanos. Por eso se nos invita compartir los dones que nos ha dado Dios. El Espíritu se manifiesta en cada uno de nosotros para el bien común; ésta es la clave de interpretación de la segunda lectura. La llamada de Dios es cada uno, pero en comunidad. Es decir, la relación con Dios es personal. Dios nos conoce por nuestro nombre, nos llama por nuestro nombre, pero nos llama dentro de un pueblo del que formamos parte. Por eso es tan importante la Eucaristía del domingo, porque es la oración comunitaria de los hijos de Dios. El ir a la misa los domingos más que una obligación (en sentido impositivo) es para los bautizados UNA NECESIDAD, porque es una ocasión fundamental para encontrarse con la comunidad para celebrar el día del Señor.
Hay que conjugar la dimensión personal y comunitaria de la fe. Esta segunda lectura de hoy nos explica la importancia de la construcción de esa comunidad. Dios nos ha repartido unos dones para que con ellos colaboremos en la construcción del bien común. No vale decir que no nos ha tocado ningún don. Los dones pueden ser desde una sonrisa bonita, hasta una capacidad de servicio o de escucha o el don de la palabra, o la capacidad de hacer el bien o leer con claridad una lectura en el templo.
Hoy, en el Evangelio, hemos visto también a María, la madre de Jesús, haciendo uso de su don de intercesión, de pedir a favor de los demás: “No les queda vino”. En este mundo todos somos necesarios. Nos necesitamos los unos a los otros para manifestar la gloria de Dios. Y “la gloria de Dios, como decía S. Ireneo, es que el hombre viva”. Amén.

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