sábado, 8 de junio de 2013

CATEQUESIS DOMINICAL

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo C.
JESÚS ANTE EL SUFRIENTO AJENO

Ideas principales de las lecturas de este domingo
-          1ª Lectura: I Reyes 17, 17-24: Resurrección del hijo de la viuda. Este relato, obviamente, es de origen popular, pero aquí se trata del elogio de la autoridad de los profetas y la eficacia de sus palabras. También tiene un acento polémico contra las divinidades fenicias, incapaces de garantizar, como hace el Señor, la vida de sus adoradores.
-          2ª Lectura: Gálatas 1, 11-19: Pablo, de perseguidor al Apóstol fiel de Cristo. Para hacer frente con garantías de éxito a los predicadores judaizantes que han sembrado el desconcierto en las comunidades cristianas de Galacia, Pablo necesita dejar bien claro que él no es un miniapóstol, sino un verdadero apóstol al quien Jesucristo ha encargado la evangelización de los no judíos. Por eso comienza reivindicando su condición de apóstol y concretando el campo específico de su apostolado. En ésta y otras ocasiones, Pablo evoca su etapa de encarnizado perseguidor de la Iglesia.
-          Evangelio: Lucas 7, 11-17: Jesús resucita al hijo de una viuda en Naín. En una sociedad en la que la seguridad de la mujer dependía de los hombres, esta viuda, que ha perdido a su hijo, se encuentra indefensa. Pertenece a los pobres y pequeños que Jesús había declarado dichosos. Por eso, al hacer revivir a su hijo, Jesús provoca en el pueblo, no en los jefes de Israel, una confesión de fe en él y en la misericordia de Dios.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: el tema de la segunda lectura queda un poco desmarcado de las otras dos. Pero vamos a empezar con ella. En algunas comunidades cristianas de Galacia, sucedía lo que ocurre hoy en algunas iglesias. Algunos quieren introducir doctrinas erróneas e imponer a los demás sus propios criterios, que no siempre coinciden con el pensamiento del Señor, ni con el Evangelio. San Pablo tiene que defenderse de quienes le acusan de no ser fiel al Evangelio de Jesús. De una parte afirma claramente su condición de “apóstol”, aunque ha sido perseguidor de Cristo; y de otra parte insiste, que la doctrina que él proclama la ha recibido del Señor. No es invención suya ni la ha recibido de fuente humana. Es una doctrina recibida del Señor que le ha hecho pasar del error a la verdad y de la muerte a la vida. En una palabra, los caminos de Dios son variadísimos y todo aquel que actúa con buena voluntad y rectitud de corazón, está en camino del Reino de Dios, que es Reino de luz y de vida.
Pero el tema central de la Eucaristía de hoy es otro muy distinto de la conducta de las comunidades de Galacia y su Apóstol. La primera lectura y el evangelio nos lo muestran con una similitud asombrosa. Elías, en el Antiguo Testamento, y Jesús, en el Nuevo, se encuentran con dos mujeres, viudas para más desgracia, y que han perdido a su único hijo. En los dos casos hay una intervención de hombres de Dios y, actuando como a tales, devuelven la vida a los hijos de esas mujeres.
El milagro de ambas resurrecciones tiene mucho que ver con nuestra vida de creyentes. Este milagro viene bien explicado en el Evangelio de hoy, donde San Lucas nos ofrece una confirmación de la actitud misericordiosa de Dios para con los hombres y de la proclamación que Jesús hace de su amor a todos. Este evangelio es un ejemplo más de su actitud compasiva y misericordiosa, llena de ternura con los que sufren. En este relato, nadie pide nada a Jesús como ha sucedido en otros casos. Al encontrarse el Señor con el dolor, con aquella tragedia humana, actúa compasivamente invitando a la madre a que no llore y devolviéndole vivo al hijo, como Elías en la primera lectura. El llanto se transforma en alegría y las lágrimas en gozo.
En una sociedad “androcéntrica” en la que la seguridad de la mujer dependía de los hombres (como sigue dependiendo hoy en muchos lugares), esta viuda, que ha perdido a su hijo, se encuentra indefensa. Pertenece a los pobres y pequeños que Jesús había declarado dichosos. Por eso, al hacer revivir a su hijo, Jesús provoca en el pueblo, no en los jefes de Israel, una confesión de fe en él y en la misericordia de Dios. Jesús ofrece una vida nueva al muchacho que la había perdido; llena de alegría y consuelo a la madre-viuda, y hace brotar la admiración en todos los que presencian aquel acontecimiento. Sin duda “Dios ha visitado a su pueblo”.
Y la visita de Dios a nuestro pueblo y a nuestra vida tiene que marcarnos y cambiarnos un poco. La Palabra de Dios y concretamente el evangelio, es una llamada para nosotros. Al joven muerto Jesús le dijo: “¡Muchacho, a ti te digo: levántate!”. Y el muchacho aceptó la invitación de Jesús. Recobró la vida nueva. Y hoy nos dice Jesús, siempre que nos encontramos con el dolor ajeno: ¡levanta tu mirada, levanta el ánimo, levanta tu confianza en el Dios de la vida!; ¡sé valiente, colabora y da testimonio de tu fe en Cristo salvador y dador de Vida! Este dolor ajeno tiene rostros concretos: muerte física como el hambre, la injusticia, la violencia, la opresión, la droga, el sida, matrimonios rotos, la soledad, la pobreza material, depresiones… En estos casos de dolor ajeno, el Señor nos invita a hacer gestos concretos también como “hacernos presentes junto al que sufre”; “luchar contra las causas de estos dolores”; hacer presente nuestra fe ante los que sufren”, porque la fe esclarece y tranquiliza. Hay que rezar por los que sufren. Amén.

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