domingo, 31 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
LA LOGICA DE DIOS.

  • 1ª Lectura: Jeremías 20, 7-9. La confesión de Jeremías. El profeta, seducido por Dios, se lamenta amargamente y se desahoga con Dios porque su vocación le ha traído disgustos y persecuciones. Sus palabras le hacen odioso al pueblo. Pero el fuego ardiente de la palabra divina le obliga a ser mensajero de Dios. No puede callar, a pesar de las persecuciones.
  • 2ª Lectura: Romanos 12, 1-2. El verdadero culto. Pablo exhorta a los romanos a que se ofrezcan como holocausto vivo y agradable al Padre. El culto en espíritu y en verdad consiste en ofrecer al Señor las obras de cada día y a vivir según la voluntad divina.
  • Evangelio: Mateo, 16, 21-27. La lógica de Cristo. Jesús anuncia el sentido de su mesianismo en la línea del Siervo sufriente. Pedro reacciona en contra de esa concepción, y Jesús proclama que quien quiera seguirle debe cargar con la cruz. La cruz no es término, sino camino. Jesús lo dice claramente: el que pierde su vida, el que se venza a si mismo, el que se olvide de si mismo, encontrará la vida.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: La relación del discípulo con el Señor no consiste en el aprendizaje de una doctrina o el cumplimiento de determinadas normas. La Biblia habla de esta relación usando términos como "alianza", "amor", "seguimiento"... Las lecturas de hoy son una magnifica muestra de ello. Jeremías se confiesa seducido por Dios, vencido por su palabra que habita en lo más intimo de su ser. En su carta, Pablo anima a los romanos a renovarse por dentro para comprender el querer de Dios. Y Jesús, en el evangelio, llama una vez más a Pedro y a todos los discípulos a ponerse detrás de él, a seguirle para que descubran lo que significa cumplir la voluntad de Dios y se dejen transformar por ella.
Tanto Jeremías como Jesús hablan con claridad a sus discípulos y oyentes. Por tanto, no se presentan ante ellos como aduladores, ya que los aduladores dicen a la gente lo que la gente quiere y les gusta escuchar, aunque no sea verdad. Por eso son bien acogidos y recibidos. Es una experiencia demasiado frecuente en nuestro mundo.
Sin embargo, el profeta Jeremías no hace esto. El profeta dice los que es justo; lo que es recto, lo que es inspiración de Dios; guste o no guste, se acepte o no se acepte, agrade o incomode. Por ello no es bien recibido en multitud de ocasiones. Incluso se le persigue o se le responde con la burla o el desprestigio. El profeta Jeremías se ha envuelto en esta penosa realidad, tal como nos dice la primera lectura de hoy.
El profeta lo tiene claro, no puede anular a un pueblo que se ha apartado de Dios: ofrecen incienso a dioses extraños; han derramado sangre inocente; han construido santuarios al falso Baal y le han ofrecido sacrificios humanas que jamás Dios consintió. Por eso tiene que anunciarles la destrucción y la muerte a causa de su mal proceder para con el Señor.
Ésta es la misma experiencia que vive Jesús. No es bien recibido por el pueblo de Dios; es rechazado, perseguido. Se tienen dudas "si es él quien ha de venir o hay que esperar a otro". Y en esa delicada situación los discípulos, encabezados por Pedro, confiesan que Jesús es el Hijo de Dios, como veíamos el domingo pasado. Ha sido un gesto verdaderamente heroico de proclamación de fe cristiana.
Pero ahora que Jesús da un paso más hacia el fin que le espera y les anuncia que el camino de la resurrección pasa por el sufrimiento y la muerte en cruz, ya no es aceptado por sus discípulos. Ese anuncio siembra el desconcierto en ellos y también la decepción y el rechazo. y es también el apóstol Pedro quien manifiesta que es imposible que tenga que sucederle a Jesús.
Por ello Jesús le increpa y le invita a tomar la actitud del auténtico discípulo: seguir al maestro en el camino que éste ha de recorrer. El discípulo incondicional de Jesús es quien abandona su propia vida para centrarla en la de Jesús. Por eso tiene que aceptar los riesgos que ello conlleva. La invitación que hace Jesús a tomar la cruz no ha de entenderse al pie de la letra; Jesús no nos invita a vivir replegados ante los sufrimiento de la vida; no dice qu el sufrimiento sea bueno para el hombre, sino que indica la actitud que ha de tener un discípulo ante el mismo y ante el Maestro que ha sido rechazado y perseguido. No podemos ser discípulos del Señor sólo cuando las cosas nos van muy bien; hemos de serlo también cuando nos visita la adversidad, el sufrimiento injusto, la incomprensión y la cruz. Hay que estar en disposición de correr el riesgo de ser rechazados, insultados y despreciados como lo fue Cristo Jesús. Amen.

domingo, 24 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
LAS LLAVES DEL REINO.
 
1º Lectura: Isaías 22, 19-23. El poder de las llaves. El profeta Isaías pronuncia un oráculo contra un mayordomo que se ha hecho odioso por su arrogancia. El profeta habla de su destitución y se nombra a otro. Alude a los signos de ese cargo. El nuevo mayordomo se dedicará a servir al pueblo. El Señor elige a quien quiere para llevar a cabo sus proyectos.
  • 2ª Lectura: Romanos 11, 33-36. El don insondable de Dios. Pablo, como fuera de sí, habla de la grandeza de Dios. Nadie es capaz de conocer a Dios. Nadie es capaz de aconsejarlo. Dios es el origen, el guía y la meta de todas las cosas. Nadie lo puede manipular. Él es don y regalo para todos. Pablo plantea unas preguntas retóricas que esperan una respuesta.
  • Evangelio: Mateo 16, 13-20. Jesús da a Pedro el poder de las llaves. Jesús plantea una doble pregunta a sus discípulos. La primera es a modo de encuesta, la segunda es directa para los discípulos: ¿y vosotros? Pedro afirma quién es Jesús. Y el Maestro lo constituye en piedra sobre la que se edifica la Iglesia y le da el poder de las llaves del Reino de los cielos.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Nos volvemos a reunir, formando una pequeña Comunidad, para celebrar la Eucaristía y escuchar juntos la Palabra de Dios, que es guía y luz para nuestros pasos. Y nos sentimos unidos a otros muchos cristianos que, en todo el mundo se reúnen del mismo modo, para ofrecer a Dios nuestra Acción de Gracias.
Hoy el profeta Isaías presenta la sustitución de un mayordomo real. El traspaso de poderes está simbolizado, entre otros distintivos, en la entrega de llaves, una imagen que remite al evangelio de Mateos y recuerda la nueva misión que Jesús entrega a Pedro como servidor de su Iglesia. En ella tienen cabida todos los pueblos -judíos y paganos, como vimos el domingo pasado- siempre que confiesen a Jesús, al igual que lo hizo Pedro, como Mesías e Hijo de Dios y pongan en práctica sus enseñanzas.
Esta confesión es el resumen de la fe de la Iglesia. Jesús hace un breve examen a sus discípulos. Solamente dos preguntas: 1) ¿Qué dicen de mí?; ¿qué dice la gente que soy yo? 2) ¿Qué pensáis vosotros que soy yo?
Para nosotros responder que "Jesús es el Salvador, el Mesías, el Redentor", es sumamente fácil. Vemos que la Historia se divide en dos partes: antes y después de Cristo. Pero para ellos era dificilísimo. Solamente bajo el influjo de la fe pueden dar una respuesta acertada. Ellos saben que nació en Belén; que vive en Nazaret. Pero ¿es el Mesías? ¿es el Hijo de Dios?, ¿es el Salvador esperado?, ¿realizará el cambio en la Humanidad como anunciaban los profetas? Difícil dar el paso a la afirmación.
También sucede hoy. No se niega que Jesús sea el "Jesús de Nazaret". Pero que sea el Salvador, el Señor, solamente se puede afirmar bajo la luz e impulso de la fe. Hoy Jesús también hace esas dos preguntas. Y la gente habla de Jesús de Nazaret y dice muchas cosas de él. Pero ¿qué decimos nosotros?; ¿qué significa para nosotros Jesús de Nazaret?; ¿en qué cambia nuestra vida respecto a otros que no le reconocen como el Salvador?; ¿cuál es nuestro testimonio de fe ante su persona y su mensaje?
Ante la respuesta que le da Pedro, Jesús le confiere los "símbolos" de la autoridad del reino mesiánico:
  • le constituye en piedra sobre la que edificará su iglesia;
  • le promete las llaves del Reino;
  • le concede el poder de atar y desatar.
Queridos hermanos y hermanas, nos encontramos en un momento decisivo para la sociedad y el mundo en que vivimos. Nuestro testimonio de fe cristiana es crucial. Debemos dar una respuesta firme a la pregunta del Señor, como lo hizo el apóstol Pedro. Pero no solamente una respuesta teórica de Catecismo, sino con la verdad cristiana de nuestra vida. Para dar una respuesta acertada como la de Pedro, hemos de tener contacto directo con Jesús en su palabra (Biblia), en el templo (eucaristía dominical), en nuestro interior (meditando sus misterios en nuestro corazón diariamente) y en la comunidad, en el otro (que es donde mejor se puede detectar su presencia, sobre todo en el que sufre o está marginado)
Jesús es el Salvador a quien reconocemos por la fe y de quien aceptamos su mensaje salvador por estar iluminado por la esperanza y realizado en el amor. Amén.

domingo, 17 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINCAL

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
LA UNIVERSALIDAD DE LA SALVACION.
 
1ª Lectura: Isaías 56, 6-7: La casa de Dios es para todos. Isaías escribe seguramente cuando Israel acaba de volver de exilio de Babilonia. Es uno de textos más universales del Antiguo Testamento. Los extranjeros son invitados por Dios a formar parte de la comunidad del pueblo de Dios. El profeta anuncia que los extranjeros adorarán al verdadero Dios, le servirán y observarán su preceptos.
  • 2ª Lectura: Romanos 11, 13-15.29-32. La salvación llega a la gentilidad. Pablo constata que los paganos eran considerados pecadores y enemigos de Dios, y los hebreos, pueblo escogido. Ahora los judíos se han vuelto desobedientes y los paganos han descubierto la misericordia de Dios. Pablo quiere despertar los celos en los judíos para que ellos también la acepten. Le duele que, habiendo sido ellos los depositarios de esa salvación, se queden al margen de ella.
  • Evangelio: Mateo 15, 21-28: Una mujer extranjera suplica a Jesús. Jesús alaba la fe de una mujer extranjera, sirofenicia. La fe está por encima de razas y de ideologías. La fe aceptada consciente y libremente hace milagros.
 
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Las lecturas de hoy hablan de la universalidad de la salvación. Mientras el profeta Isaías rompe el particularismo judío y abre la salvación a los extranjeros si guardan el sábado y practican la justicia, Jesús, en el evangelio de Mateo, pone como única condición la fe, Toda oración será escuchada, no importa si la expresa un judío o un pagano. Como dice Pablo en la Carta a los Romano, todos podemos alcanzar a misericordia. Esta es la voluntad de Dios: que todos los hombres se salven; pero esto no será así en la mente de los judíos.
Que la discriminación era un hecho en tiempos de Jesús queda patente en los evangelios, no sólo en el que leemos hoy. Los judíos no se hablaban con los samaritanos. Los extranjeros no eran bien vistos; el mero hecho de serlo les convertía en enemigos automáticamente, Los estamentos religiosos cerraban filas guardando las distancias entre sumos sacerdotes, sanedrín, doctores de la ley, escribas y fariseos. Al margen de todo y de todos, para evitar contaminarse, quedaban los publicanos, los pecadores.
Mira por donde, llega Jesús, y no solamente rompe los muros de separación y se acerca a todos, sino que sus preferencias se centran en los marginados: extranjeros, pobres, pecadores... Los discípulos de Jesús no eran todos ellos gente de buena reputación ni gozaban de buena posición social. Jesús no olvida que su misión inicial iba dirigida al pueblo de Israel, el pueblo elegido. Así se lo recuerda a la buena mujer cananea del evangelio de hoy: "Me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". Pero Jesús ha entendido que él trae la salvación de Dos para todos, sin distinción alguna religiosa, política o social. Para él no existen barreras. Y pide a su vez que quien se acerca a él derribe con la fe las barreras del pecado que pueda haber levantado su corazón y los otros muros de separación religiosa o social.
Esta es la fe que tenía esa buena mujer del evangelio. Por eso Jesús, al ver tanta de en ella, exclama diciendo: "Mujer, que grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas". Le rompe todos los miedos que tenemos sobre los demás, nos hace vencer los obstáculos que vamos encontrando en el camino de la vida; nos hace ser valientes en situaciones difíciles... sobre todo, la fe abre las puertas de la salvación y hace milagros. La salvación no es patrimonio de unos pocos, sino de toda la humanidad. La fe rompe fronteras y hace que los hombres se hermanen en Cristo. Amén.

CATEQUESIS DOMINICAL

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCION DE LA VIRGEN
FESTIVIDAD DE N.S. DE LOS REMEDIOS
15 de Agosto de 2014
 
  • 1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab: María en el Apocalipsis. La liturgia de hoy nos presenta el misterio de María, la mujer vestida de sol y llena de luz, según la figura simbólica de la mujer del Apocalipsis. María asunta al cielo ha sido asociada a la victoria de Cristo.
  • 2ª Lectura: I Corintios 15, 20-27a: El triunfo de Cristo es el triunfo de María y de la Iglesia. Pablo transcribe a los cristianos de Corinto su convicción de que nuestra resurrección es lógica consecuencia de la de Cristo. Pablo no nombra a la Virgen María como partícipe de esa resurrección a la vida, pero la fiesta de hoy nos presenta a María como la primera que participa del triunfo de Cristo.
  • Evangelio: Lucas 1, 39-56: María, la bienaventurada. Lucas pone en la boca de la Viren María un himno que sintetiza las maravillas que el Señor ha realizado. Es el canto pascual que agradece a Dios, que sabe enaltecer a los humildes. El Magníficat es la respuesta agradecida de todo creyente.
 
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: La  Iglesia celebra en pleno verano la figura de María. Muchos pueblos la celebran hoy, 15 de agosto, como patrona bajo diversas advocaciones. Hoy, en Arroyomolinos de León, la celebramos bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. Se trata de la fiesta de la Asunción; una de las fiestas que más llaman la atención en la vida de María. Ella es glorificada y asociada a la victoria de Cristo.
Es una gracia que nos reunamos una vez más, para celebrar esta antigua fiesta cristiana: la Asunción de María a la gloria del cielo en cuerpo y alma, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona. Así se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla y alabarla por las "maravillas" que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella.
Al contemplar a la Virgen María se nos da otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Sí, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe la luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria: Un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta. Nos dejamos guiar por los pasajes de la Sagrada Escritura que la liturgia nos propone hoy. Quiero reflexionar, en particular, sobre una imagen que encontramos en la primera lectura, tomada del Apocalipsis y de la que hace eco el evangelio de San Lucas: la del arca.
En la primera lectura escuchamos; "Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza" (Ap 11, 19). ¿Cuál es el significado del arca? ¿Qué aparece? Para el Antiguo Testamento, es el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble ni en algo hecho por el hombre. Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador.
María es el arca de la alianza, porque acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. Con razón, por consiguiente, la piedad cristiana, en las letanías en honor de la Virgen, se dirigen a ella invocándola como "Arca de la Alianza", arca de la presencia de Dios, arca de la alianza de amor que Dios quiso establecer de modo definitivo con toda la humanidad.
El pasaje del Apocalipsis quiere indicar otro aspecto importante en la realidad de María. Ella, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria, porque está íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del Cielo. Es lo que sugieren las palabras que hemos escuchado: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está en cinta (...), Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones" (Ap 12, 1-2;5). La grandeza de María, Madre de Dios, llena de gracia, plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, vive ya en el cielo de Dios con su ser, alma y cuerpo.
Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó -ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible- a María. En esta solemnidad de la Asunción (Nuestra Señora de los Remedios) contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuarios del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.

domingo, 10 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A
DIOS SE MANIFIESTA.
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: 1 Reyes 19, 9a. 11-13a: Dios se hace presente en la tenue brisa. Elías descubre que Dios pasa en el susurro imperceptible. Dios es trascendente y desconcertante para el hombre. Se le encuentra más en el silencio que en el ruido, más en la pequeñez que en la grandiosidad.
  • 2ª Lectura: Romanos 9, 1-5: Pablo reta a su pueblo Israel. Pablo vive el drama de su pueblo porque comprueba que los hijos de Israel no han querido reconocer a Jesús como Mesías. Para que crean los de su raza está dispuesto a ser proscrito.
  • Evangelio: Mateo 14, 22-33: La presencia del Señor en el mar. Jesús calma la tempestad y enseña a saber afrontar sin miedo el riesgo de creer. El creyente no puede vacilar ante las dificultades que surgen en la vida, porque Cristo está siempre presente en su caminar.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Pensando un poco en el mundo en que vivimos, nos damos cuenta que hay excesivo ruido; demasiados gritos que impiden escuchar la vos de Dios y percibir su paso entre nosotros. Es cierto que Dios está en todas partes. Pero para encontrarse con él es preciso buscarle: en la brisa, en el susurro, en el silencio. un mundo muy distinto al mundo en el que vivimos. De ello nos habla la primera lectura de hoy.
En el reino del Norte, la reina Jezabel, de origen fenicio, quiere implantar entre los israelitas el culto al dios Baal. El profeta Elías levanta su voz contra aquella imposición idolátrica que mata a la religión de Yahvé-Dios. Por ello es perseguido y tiene que huir hacia el sur de Judá, y camina hacia el monte Horeb, ocultándose en una cueva porque le buscaban para quitarle a vida.
El profeta busca a Dios como refugio en su angustia. Una búsqueda manifiestamente interesada. Y va la lugar donde el Señor se había revelado en varias ocasiones. El Horeb es el "monte de Dios" en el desierto. Allí el Señor le asegura que "salga de la cueva porque va a pasar" y quiere encontrarse con él. Pero el Señor no estaba ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego devastador, sino en la brisa, en el susurro, en la suavidad del viento.
Mis queridos hermanos y hermanas, los signos de la presencia y manifestación de Dios son imprevisibles. Pero, desde luego, no se le encontrará en la violencia, en el alboroto, ni en ninguna experiencia que implique sufrimiento para el hombre. El hombre busca a Dios, pero es Dios quien elige el modo y el medio a través de los cuales quiere manifestarse a los hombres.
En nuestras angustias, en nuestros sufrimientos, en nuestras dudas, busquemos a Dios con sencillez, con humildad y él se hará presente en el modo que más convenga; y él mismo se encargará de buscar el medio por el cual se va a dar a conocer. No le pidamos que se manifieste espectacularmente porque nos pasará como al profeta Elías: no lo hallaremos. Nuestro encuentro con Dios se realizará en la calma y en la serenidad. Ese es el riego de nuestra fe: confiar en Dios que se manifiesta de forma imprevisible.
Hermanas y hermanos, las tres lecturas del domingo de hoy nos invitan a confiar en Dios; que no somos nosotros quienes deben decidir cómo queremos que se manifieste él en nuestras vidas, ni está en nuestras manos elegir el medio a través del cual llegue su salvación a nosotros. Él nos dice hoy en el salmo que la "salvación está ya cerca de sus fieles". Dios está al lado de su pueblo. Pero su presencia nos pasa, en ocasiones, desapercibida. Hay que estar atentos, como Elías en la puerta de la cueva, para reconocerlo en el ligero susurro de una brisa suave. Hay que tener los ojos de la fe bien abiertos para no confundir al Señor que se acerca caminando sobre las aguas con un fantasma, como les ocurre a los discípulos en el relato del evangelio. Del mismo modo, Pablo, en la carta a los Romanos, confiesa que se siente invadido por la tristeza por su pueblo, los de su propia raza, los elegidos desde antiguo, porque no han sabido reconocer en Jesús al Hijo de Dios. Amén.

lunes, 4 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINICAL

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
EL ALIMENTO QUE SACIA.
 
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
  • 1ª Lectura: Isaías 55, 1-3: Los hambrientos están saciados. El pueblo de Dios en el exilio tiene hambre y sed no de alimentos, sino de liberación, y están deseosos de volver a la patria. Sólo Dios podía colmar sus deseos, pero le impuso las condiciones de escuchar su Palabra y ser fieles a la Alianza.
  • 2ª Lectura: Romanos 8, 35.37-39: El bien absoluto. Pablo recuerda a los romanos las realidades que ponen en peligro la salvación. Hay realidades capaces de apartarnos del amor de Dios, pero nada ni nadie podrá separarnos de ese amor. Quien sigue a Cristo no puede ser vencido por el pecado; por el contrario, es el vencedor por la fuerza del Señor.
  • Evangelio: Mateo 14, 13-21: La multiplicación de los panes. Jesús se compadece del hombre que atraviesa situaciones difíciles y pide colaboración, por insignificante que sea. Le entregaron unos panes y peces y alimentó con ellos a una multitud. El pan es el signo de los tiempos mesiánicos. El Maestro partió el pan para ser compartido con los que sufren hambre corporal y espiritual. De esta forma enseña a sus apóstoles que nunca pueden despedir a nadie con las manos vacías.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: El domingo pasado terminamos el discurso sobre el Reino de Dios. Poníamos el acento sobre los valores de ese Reino. Y dijimos que Jesucristo es el valor supremo que sustenta todos los demás valores que edifican nuestra vida espiritual y humana. Las lecturas de este domingo decimo octavo del tiempo ordinario giran en torno a la Iglesia, como primicia del Reino de Dios. Hoy, en el evangelio, nos vamos a centrar en un milagro, el de la multiplicación de los panes y los peces, que es una figura de la Eucaristía. Pero también vamos a hablar sobre otros temas importantes como la invitación que hace el profeta Isaías a los sedientos y hambrientos en la primera lectura y la exaltación del amor de Dios que hace San Pablo en la segunda lectura.
El profeta Isaías vivió en el seno de una comunidad de pobres marcada duramente por la experiencia del exilio. A esa comunidad pobre le faltaba el pan material y también el espiritual, es decir, su gente andaba carente de muchas cosas que hacen felices a los hombres. Por ello, el profeta invita a levantar los ojos a Dios que les colmará de lo que verdaderamente llenará su corazón. La invitación de Isaías se dirige hoy a todos que tienen "sed de Dios". La invitación se dirige a quienes se sienten pobres, a los que no buscan la salvación en los bienes materiales. Después de haber puesto sus esperanzas de salvación en las diversas ofertas de los hombres, el profetas les invita a poner sus ojos en Dios que será el único que saciará sus anhelos y sus hambres. Esta confianza en Dios va a ser algo característico de la fe de aquellos que esperan el Reino futuro. Solo aquellos que se sienten necesitados de Dios se encuentran con Dios; a éstos Dios sale al encuentro.
San Pablo, en la segunda lectura, retoma ese mismo tema de la confianza en Dios ligándolo con el amor que Dios nos tiene, a pesar de muchas circunstancias adversas que sufrimos en nuestra propia carne. Hoy nos recuerda, una vez más, que el creyente tiene que sufrir pruebas que pueden hacer vacilar su fe. Para San Pablo las angustias, las dificultades, las persecuciones, los peligros, la pobreza, las opresiones... no son suficientemente fuertes como para derrotar al cristiano que es digno de ese nombre. No existe nada en el mundo que pueda "apartarnos del amor de Dios". Es más, el amor a Dios va creciendo en aquel que vive acosado por las dificultades que le salen al paso. Estamos ante un himno optimista que nos dice que si Dios nos ama, si Dios está con nosotros y nosotros queremos estar unidos a Dios y a Cristo el Señor, ningún poder humano ni sobrehumano podrá arrebatarnos ese amor ni podrá romper nuestra unión con el Señor.
Esa confianza, ese amor de Dios se manifiesta hoy en el milagro de la multiplicación de los peces y los panes. Jesús se presenta hoy en el evangelio como el acompañante del hombre en su peregrinación por el mundo hacia el Reino definitivo de Dios. Y ofrece pan a los necesitados. Incluso él mismo se hace "PAN" para el peregrino.
Mis queridos hermanos, aunque es el Señor quien multiplica el pan, la distribución se hace por medio de sus discípulos. Los bienes del Reino vienen de Dios; la salvación de los hombres está en Cristo-Jesús. Pero los discípulos, los cristianos, no podemos estar al margen de esas realidades. Somos nosotros quienes tenemos que proclamar que "el pan y la salvación" es para todos los hombres sin distinción alguna. También nosotros hemos de colaborar para que el "pan de la salvación" llegue a todos los ambientes. La fe tiene que ser misionera. Amén.