domingo, 17 de agosto de 2014

CATEQUESIS DOMINCAL

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo A.
LA UNIVERSALIDAD DE LA SALVACION.
 
1ª Lectura: Isaías 56, 6-7: La casa de Dios es para todos. Isaías escribe seguramente cuando Israel acaba de volver de exilio de Babilonia. Es uno de textos más universales del Antiguo Testamento. Los extranjeros son invitados por Dios a formar parte de la comunidad del pueblo de Dios. El profeta anuncia que los extranjeros adorarán al verdadero Dios, le servirán y observarán su preceptos.
  • 2ª Lectura: Romanos 11, 13-15.29-32. La salvación llega a la gentilidad. Pablo constata que los paganos eran considerados pecadores y enemigos de Dios, y los hebreos, pueblo escogido. Ahora los judíos se han vuelto desobedientes y los paganos han descubierto la misericordia de Dios. Pablo quiere despertar los celos en los judíos para que ellos también la acepten. Le duele que, habiendo sido ellos los depositarios de esa salvación, se queden al margen de ella.
  • Evangelio: Mateo 15, 21-28: Una mujer extranjera suplica a Jesús. Jesús alaba la fe de una mujer extranjera, sirofenicia. La fe está por encima de razas y de ideologías. La fe aceptada consciente y libremente hace milagros.
 
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Las lecturas de hoy hablan de la universalidad de la salvación. Mientras el profeta Isaías rompe el particularismo judío y abre la salvación a los extranjeros si guardan el sábado y practican la justicia, Jesús, en el evangelio de Mateo, pone como única condición la fe, Toda oración será escuchada, no importa si la expresa un judío o un pagano. Como dice Pablo en la Carta a los Romano, todos podemos alcanzar a misericordia. Esta es la voluntad de Dios: que todos los hombres se salven; pero esto no será así en la mente de los judíos.
Que la discriminación era un hecho en tiempos de Jesús queda patente en los evangelios, no sólo en el que leemos hoy. Los judíos no se hablaban con los samaritanos. Los extranjeros no eran bien vistos; el mero hecho de serlo les convertía en enemigos automáticamente, Los estamentos religiosos cerraban filas guardando las distancias entre sumos sacerdotes, sanedrín, doctores de la ley, escribas y fariseos. Al margen de todo y de todos, para evitar contaminarse, quedaban los publicanos, los pecadores.
Mira por donde, llega Jesús, y no solamente rompe los muros de separación y se acerca a todos, sino que sus preferencias se centran en los marginados: extranjeros, pobres, pecadores... Los discípulos de Jesús no eran todos ellos gente de buena reputación ni gozaban de buena posición social. Jesús no olvida que su misión inicial iba dirigida al pueblo de Israel, el pueblo elegido. Así se lo recuerda a la buena mujer cananea del evangelio de hoy: "Me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel". Pero Jesús ha entendido que él trae la salvación de Dos para todos, sin distinción alguna religiosa, política o social. Para él no existen barreras. Y pide a su vez que quien se acerca a él derribe con la fe las barreras del pecado que pueda haber levantado su corazón y los otros muros de separación religiosa o social.
Esta es la fe que tenía esa buena mujer del evangelio. Por eso Jesús, al ver tanta de en ella, exclama diciendo: "Mujer, que grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas". Le rompe todos los miedos que tenemos sobre los demás, nos hace vencer los obstáculos que vamos encontrando en el camino de la vida; nos hace ser valientes en situaciones difíciles... sobre todo, la fe abre las puertas de la salvación y hace milagros. La salvación no es patrimonio de unos pocos, sino de toda la humanidad. La fe rompe fronteras y hace que los hombres se hermanen en Cristo. Amén.

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