SOLEMNIDAD DE LA ASUNCION DE LA VIRGEN
FESTIVIDAD DE N.S. DE LOS REMEDIOS
15 de Agosto de 2014
- 1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab: María en el Apocalipsis. La liturgia de hoy nos presenta el misterio de María, la mujer vestida de sol y llena de luz, según la figura simbólica de la mujer del Apocalipsis. María asunta al cielo ha sido asociada a la victoria de Cristo.
- 2ª Lectura: I Corintios 15, 20-27a: El triunfo de Cristo es el triunfo de María y de la Iglesia. Pablo transcribe a los cristianos de Corinto su convicción de que nuestra resurrección es lógica consecuencia de la de Cristo. Pablo no nombra a la Virgen María como partícipe de esa resurrección a la vida, pero la fiesta de hoy nos presenta a María como la primera que participa del triunfo de Cristo.
- Evangelio: Lucas 1, 39-56: María, la bienaventurada. Lucas pone en la boca de la Viren María un himno que sintetiza las maravillas que el Señor ha realizado. Es el canto pascual que agradece a Dios, que sabe enaltecer a los humildes. El Magníficat es la respuesta agradecida de todo creyente.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: La Iglesia celebra en pleno verano la figura de María. Muchos pueblos la celebran hoy, 15 de agosto, como patrona bajo diversas advocaciones. Hoy, en Arroyomolinos de León, la celebramos bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. Se trata de la fiesta de la Asunción; una de las fiestas que más llaman la atención en la vida de María. Ella es glorificada y asociada a la victoria de Cristo.
Es una gracia que nos reunamos una vez más, para celebrar esta antigua fiesta cristiana: la Asunción de María a la gloria del cielo en cuerpo y alma, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona. Así se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla y alabarla por las "maravillas" que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella.
Al contemplar a la Virgen María se nos da otra gracia: la de poder ver en profundidad también nuestra vida. Sí, porque también nuestra existencia diaria, con sus problemas y sus esperanzas recibe la luz de la Madre de Dios, de su itinerario espiritual, de su destino de gloria: Un camino y una meta que pueden y deben llegar a ser, de alguna manera, nuestro mismo camino y nuestra misma meta. Nos dejamos guiar por los pasajes de la Sagrada Escritura que la liturgia nos propone hoy. Quiero reflexionar, en particular, sobre una imagen que encontramos en la primera lectura, tomada del Apocalipsis y de la que hace eco el evangelio de San Lucas: la del arca.
En la primera lectura escuchamos; "Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y apareció en su santuario el arca de su alianza" (Ap 11, 19). ¿Cuál es el significado del arca? ¿Qué aparece? Para el Antiguo Testamento, es el símbolo de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Pero el símbolo ya ha cedido el puesto a la realidad. Así el Nuevo Testamento nos dice que la verdadera arca de la alianza es una persona viva y concreta: es la Virgen María. Dios no habita en un mueble ni en algo hecho por el hombre. Dios habita en una persona, en un corazón: María, la que llevó en su seno al Hijo eterno de Dios hecho hombre, Jesús nuestro Señor y Salvador.
María es el arca de la alianza, porque acogió en sí la Palabra viva, todo el contenido de la voluntad de Dios, de la verdad de Dios; acogió en sí a Aquel que es la Alianza nueva y eterna, que culminó con la ofrenda de su cuerpo y de su sangre: cuerpo y sangre recibidos de María. Con razón, por consiguiente, la piedad cristiana, en las letanías en honor de la Virgen, se dirigen a ella invocándola como "Arca de la Alianza", arca de la presencia de Dios, arca de la alianza de amor que Dios quiso establecer de modo definitivo con toda la humanidad.
El pasaje del Apocalipsis quiere indicar otro aspecto importante en la realidad de María. Ella, arca viviente de la alianza, tiene un extraordinario destino de gloria, porque está íntimamente unida a su Hijo, a quien acogió en la fe y engendró en la carne, que comparte plenamente su gloria del Cielo. Es lo que sugieren las palabras que hemos escuchado: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está en cinta (...), Y dio a luz un hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones" (Ap 12, 1-2;5). La grandeza de María, Madre de Dios, llena de gracia, plenamente dócil a la acción del Espíritu Santo, vive ya en el cielo de Dios con su ser, alma y cuerpo.
Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros: también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó -ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible- a María. En esta solemnidad de la Asunción (Nuestra Señora de los Remedios) contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con Él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuarios del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.
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