sábado, 29 de octubre de 2011

CATEQUESIS DOMINICAL

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO DEL ORDINARIO. Ciclo A.

JESÚS PREDICA LA HIPOCRESÍA DEL QUE HABLA Y NO HACE
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: Malaquías 1,14-2, 2.8-10: Os apartasteis del camino y habéis hecho tropezar a muchos en la ley. El profeta, en el siglo V antes de Cristo, lanza un duro ataque a los sacerdotes de su época, por lo mal que realizan el culto y el mal ejemplo que dan en su vida. Buscan su propia gloria en vez de la de Dios.
- 2ª Lectura: I Tesalonicenses 2,7-9. 13: Deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas. Pablo refleja en esta lectura el aprecio que tiene por la comunidad de Tesalónica y les recuerda que no les ha transmitido palabras de hombre, sino la Palabra de Dios.
- Evangelio: Mateo 23,1-12: No hacen lo que dicen. Jesús reprocha a los escribas y fariseos su afán de ostentación y de no cumplir lo que enseñan.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: La palabra de Dios tiene hoy un peligro. ¿A quién va dirigida la Palabra hoy? Más de uno puede pensar que hoy les toca a los ministros de la Palabra y a los demás a descansar este fin de semana. Este peligro está ahí, sobre todo cuando dice la primera lectura “Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes”. O los ataques de Jesús a los fariseos al inicio del evangelio. Hoy le toca a los curas, habrá pensado más de uno.
Nada menos cierto que esto. El evangelio nos dice quiénes son los destinatarios: “En aquel tiempo Jesús habló a la gente y a sus discípulos”. Por tanto, los destinatarios de la Palabra hoy son la “La gente y sus discípulos”. Es decir, tú y yo, todos: sacerdotes, diáconos, seminaristas, catequistas, que predicamos la Palabra de Dios. Responsables de grupos religiosos, como las hermandades, que tenemos que proponer un mensaje de salvación a la gente, viviendo lo que decimos. Padre y madres de familia, guías religiosos de nuestras casas. Cristianos todos, que tenemos que ser luz, sal y fermento de los demás. Y nadie nos creerá si vivimos una fe en el templo y en la calle contradecimos esa fe con nuestro comportamiento. “Muchos golpes de pecho y, después, son los peores”, nos dicen.
Jesús en el Evangelio de hoy quiere imprimir en nosotros el carácter que debemos tener los que estamos al frente de las comunidades eclesiales, familiares, de asociaciones y de hermandades: un servicio a la comunidad. En la Iglesia, familia y hermandad (religiosa) no cabe que unos estemos sometidos a otros, sino que todos estemos al servicio y al bien de los demás. Por ello Jesús hace una llamada a quienes tienen una misión (sacerdotal) que realizar para que no se consideren maestros, jefes, padres; sino que sean servidores, amigos, hermanos. Todos vamos embarcados en la misma nave y debemos ayudarnos para llegar, felizmente, a la Casa del Padre. La comunidad cristiana no se funda en títulos y en honores, sino en la fraternidad, que nace del hecho de tener un Padre común y seguir a Jesús.
Para cumplir esto en nuestra vida, Jesús insiste y nos invita a no caer en la incoherencia de “no hacer lo que decimos”; en la doble medida propia y ajena, “exigiendo a los demás lo que no estamos dispuesto a cumplir”; en la ostentación religiosa, “apareciendo en la Iglesia y actos religiosos solo para que nos vea la gente”; y en el afán de mandar, “queriendo ser siempre el primero en lugar de ser el servidor” de todos.
Queridos hermanos y hermanas, todo esto lo evitó Nuestra Madre, la Virgen. Por eso le tenemos en la Iglesia como modelo de coherencia, de justicia, del silencio interior, de humildad y de servidora. Amén.

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