IV DOMINGO DE CUARESMA. Ciclo C.
EL DON DE DIOS MISERICORDIOSO
Ideas
principales de las lecturas de este domingo:
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1ª Lectura: Josué 5,9ª.10-12: El don de la tierra prometida. Con la entrada dl pueblo de Dios en
la tierra prometida se concluye el Éxodo y se inicia una nueva etapa. Se cumple
así la promesa que Dios hizo a Abraham: de concederle una tierra. Al día
siguiente de su entrada, Israel celebra su primera Pascua en la tierra
prometida y comienza u nueva estilo de vida.
-
2ª Lectura: II Corintios 5,17-21: El don del
Cristo reconciliador. La lectura ofrece los criterios fundamentales que
guían a Pablo en su apostolado: Dios nos reconcilia por Cristo. Él cargó sobre
sí el pecado de todos para que la humanidad viviera una vida nueva y libre. Es
la nueva humanidad de los redimidos y perdonados.
-
Evangelio: Lucas 15,1-3. 11-32: El don de la casa paterna. El objetivo
de la parábola es poner de relieve la misericordia. El Padre es misericordioso
y su misericordia no tiene fronteras, ni tiempos, ni hace distinción entre
personas. Su perdón misericordioso es universal y gratuito. El hijo menor
recapacita sobre sus pasos, recuerda la casa paterna e invoca la fuerza del
amor de su Padre. El abrazo entre el padre y el hijo es signo pascual del perdón
cristiano. La parábola del hijo pródigo es la parábola del padre
misericordioso.
Queridos hermanos y hermanas en
Cristo: Estamos en el cuarto domingo de Cuaresma que gira en torno a una gran
idea: la conversión, el cambio de vida.
Como dijimos el pasado domingo, la conversión significa pasar de una forma de vida a otra. Dicho con otras palabras, un OLVIDO DEL PASADO, QUE QUEDA BORRADO POR EL
AMOR DE DIOS, Y UNA APERTURA AL FUTURO, AL HOMBRE NUEVO. Hoy esa catequesis
de la conversión que nos ocupa la vamos a ver reflejada en la parábola del “Hijo pródigo”, tan conocida y tan
nueva. La hemos oído infinitas veces, pero vale la pena volver a meditarla en
este tiempo de la Cuaresma.
Los destinatarios de la parábola
son tanto los ‘pecadores’ (publicanos) que se acercaban a escuchar,
como los ‘buenos’ (fariseos y escribas) que se acercaban a
murmurar. Jesús se dirige a unos y a otros para romper los viejos esquemas de una
religión justiciera. Era muy normal que “la
gente de bien” (los cumplidores de la ley) no se mezclaran con los “pecadores reconocidos como a tales”.
Ante esta mentalidad rigorista, separatista y discriminatoria, Jesús se
defiende de la crítica que le hacen los “buenos”:
“éste acoge a los pecadores y como con
ellos”. Esto equivale a nuestro: “Dime
con quién andas y te diré quién eres”. Y les dirá con esta parábola que
Dios no cierra el camino de la conversión a nadie, sino que da oportunidad a
todos sus hijos extraviados que quieren volver a casa, con tal de que
reconozcan su error, su pecado. En una palabra, Dios ama a los pecadores
arrepentidos.
La actuación de cada personaje de
esta parábola nos invita a una reflexión profunda sobre nuestra vida cristiana.
Veamos. El hijo menor pide y exige
la herencia. Se acuerda de ser hijo sólo para reivindicar su derecho a la
herencia. Ni una palabra de gratitud del hijo al padre. ¡Cuántos padres
experimentan hoy lo mismo! ¡Cuántos hombres y mujeres sólo exigimos a Dios y
olvidamos de alabarle! Se marchó de la casa dando un portazo. Busca la libertad
y la diversión, y gasta todo su patrimonio. Sin dinero y sin amigos, reflexiona
y recapacita. Se dice dentro de sí mismo: “he pecado”. Se encamina a casa de su
Padre. Ya es una persona nueva. Su Padre
sale a su encuentro con los brazos abiertos y organiza una fiesta. Le pone el
anillo, signo alianza; las sandalias, signo del hombre libre; el traje nuevo,
símbolo de la festividad, alegría de haberlo encontrado sano y salvo. Es la
escena más bonita de la parábola, donde se destila el amor infinito de Dios con
el hombre pecador. Dios no mira ni el tiempo ni la cantidad de nuestros
pecados, sino nuestro arrepentimiento y nuestra vuelta sincera a Él. Esta
actitud del Padre Bondadoso da confianza para quien quiere cambiar de vida. En
cambio, el hijo mayor critica la
actitud del padre. Se aferra en su condición de cumplidor de las normas,
pero está vacío de la misericordia, condición sine qua non para entrar en el Reino de los Cielos. No soporta que
su padre haya perdonado a su hermano. Aquí se ponen de manifiesto los derechos
y la misericordia.
Queridos hermanos y hermanas,
esta parábola de Jesús nos habla a todos: a los que se han alejado de Dios y de
la Iglesia y a los que permanecemos en la cercanía de Dios y de la Iglesia. Los
primeros han pecado, pero también los segundos hemos pecado y pecamos con
nuestras actitudes y críticas. En este tiempo de Cuaresma, tanto los que se
encarnan la figura del hijo menor como el hijo mayor necesitamos reconocer
nuestro pecado y arrodillarnos ante nuestro Padre para recibir su abrazo de
Padre de la Misericordia. Amén.
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