JUEVES SANTO. Ciclo C.
MISTERIO DE AMOR Y DE SERVICIO
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1ª Lectura: Éxodo 12,1-8. 11-14: La cena pascual del pueblo de Dios. Jesús,
en la última cena con sus discípulos, celebra la Pascua judía, transmitiéndola,
anticipando otra Pascua. El pueblo judío celebraba la liberación de Egipto, el
paso del Señor para salvarles. Fue una experiencia memorable, que deben no sólo recordar, sino actualizar cada año.
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2ª Lectura: I Corintios 11,23-26: La cena
pascual de los cristianos. La tradición que recibió Pablo ha llegado hasta
nosotros. La celebración de la Eucaristía es la más hermosa tradición que tiene
la Iglesia, la más importante, la más viva, la mejor conservada. Recogemos y
renovamos cada palabra y cada gesto del Señor, pero lo más importante es el
Espíritu que animaba estas palabras y estos gestos. Por eso la Eucaristía es
sacramento de vida, memorial de la muerte y de la resurrección del Señor y
prenda de la Parusía.
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Evangelio: Juan 13,1-15: La última cena de Jesús. El lavatorio de los pies es una
preparación y un complemento de la Eucaristía. Si queremos compartir el cuerpo
y la sangre de Cristo, tenemos que empezar por lavar los pies al hermano, por
vivir en actitud de humilde servicio los unos para los otros. El amor de
comunión y el amor de servicio -la
koinonía y la diaconía- se complementan. El que lava los pies se capacita
para comulgar y el que comulga se capacita para lavar los pies. En ambos casos
celebramos el inmenso amor de Cristo, capaz de hacerse pan y capaz de ponerse a
nuestros pies.
Queridos hermanos y hermanas en
Cristo: Cada uno de los que nos hemos reunido esta tarde para celebrar la cena
del Señor, tiene su historia personal propia y concreta. Pertenecemos a
familias diferentes, cada una de ella con sus peculiaridades; aunque vivamos en
la misma sociedad, pero la realidad de cada cual es bien diferente, unos lo
pasan mejor o peor que otros; hemos llegado a esta celebración con ánimos
diferentes, unos con muchos problemas personales, familiares, económicos,
laborales, afectivos, y otros no tanto.
Sin restar la importancia a la situación real y concreta que define a cada uno
de nosotros, pero lo importante es que nos hemos reunido junto al altar, como
los discípulos en el Cenáculo. Y nos ha convocado Jesús a su última Cena, un
encuentro con detalles muy significativos.
Esta su última Cena la
conmemoramos todos los años el Jueves Santo, un día en que el amor se impone;
es el gran día del amor. Jueves Santo es el día en que Jesucristo amó a los
suyos hasta el extremo. Jesús mismo es el fin de todo amor. Aquella tarde su
corazón latía con más fuerza. Había intensidad en las palabras, en los signos,
en los gestos. Aquella Cena iba a ser la última, todo sonaba a despedida. Era
también el culmen de una trayectoria y el arranque de otro tiempo, el principio
de otros encuentros. Este amor de Cristo se manifiesta en tres dimensiones: la
amistad, el servicio y la entrega.
LA AMISTAD. Jesús llama amigos a
sus discípulos y les explica en qué consiste la verdadera amistad. Entre los
amigos tiene que haber comunicación, tienen que tener intimidad, y la relación
debe ser permanente. Les pone el ejemplo de la vid y los sarmientos. Nada de
separaciones. Por eso “permaneced en mi amor”. La comunión entre Cristo y sus
discípulos se va a realizar de manera misteriosa por medio de una comida de
amor. Todo banquete compartido es signo de unidad, pero en este banquete Cristo
mismo se hace comestible y sus amigos podrán alimentarse de su cuerpo y la
sangre. No cabe mayor comunión, porque no sólo se alimentan del cuerpo y la
sangre de Cristo, sino que se nutren de sus sentimientos y sus ideales, se
llenan de su mismo espíritu. Después de comulgar pueden decir que “su vida es
Cristo”. Que es Cristo quien vive en ellos. Esta comunión es la que Cristo
quiere para todos los hombres (nosotros), que al comulgar con él comulguen
entre sí, Surjan así fermentos de comunión que se siembren en el mundo,
familias y grupos divididos y los vayan transformando.
EL SERVICIO. Jesús había optado
por una vida de servicio. Su misión fue la de evangelizar, liberar y curar. No
tenía tiempo ni vivía para sí. Tenía que atender a todos los que acudían a él.
Enseñó varias veces a sus discípulos las actitudes de servicio. “El que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor… que tampoco el hijo
del hombre ha venido a ser servido, sino para servir” (Mc 10, 43-44). Pero
ellos no acababan de entender. Y para que la lección les entrara por los ojos,
se puso a lavarles los pies. El lavar los pies era un oficio de los esclavos,
pero Jesús quiere ser el esclavo, el servidor de todos. El gesto nos
impresiona, por la humildad, por la delicadeza, por la servicialidad. Jesús, el
Señor, quiere ponerse a los pies del hombre. Tiene que bajarse, tiene que
despojarse, tiene que hacer oficio sucio. Lavar los pies es un ejemplo de otros
muchos gestos serviciales que hay que hacer, como curar a un enfermo, dar la
mano a un ciego, acompañar a un anciano, enseñar al que no sabe, corregir al
que se equivoca, ofrecer parte de tiempo como voluntario. Es una manera de
hacerse comestible, de gastar la vida, de darse a los demás. Por eso, la
Eucaristía y el Lavatorio de los pies se iluminan mutuamente.
ENTREGA. En la última Cena Jesús
se anticipa la entrega de su vida. Una vida que se ha ido entregando de
lavatorio en lavatorio, de acogida en acogida, de curación en curación, de
trabajo en trabajo. Ahora ha llegado la hora de entregarse del todo. Escoge el
pan y el vino para significar esta entrega: un pan que se parte y se come, un
vino que rebosa y se bebe. Cuando hoy dice: “haced esto en memoria mía”, nos
dice que tenemos que ir ensayando esta su forma de vida en la nuestra. La
comunión de Cristo entregado nos capacita y nos urge a vivir una vida de
entrega todos los días de nuestra vida. Amén.
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