DOMINGO DE PASCUA. Ciclo C.
CRISTO HA RESUCITADO. ¡ALELUYA!
Ideas principales de las lecturas de este domingo:
- 1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43: Los testigos de la resurrección. Pedro en su discurso expone sintéticamente la historia de Jesús. En sus palabras se centra principalmente en la muerte y resurrección de Jesucristo. La lectura parece un breve credo de la Iglesia primitiva. La fe de la Iglesia se fundamenta en la resurrección de Cristo. Los apóstoles son los testigos.
- 2ª Lectura: I Corintios 5,6b-8: Celebremos la pascua con los panes ácimos. La Pascua es vida nueva, para Cristo y para cuantos creen en él. Celebrar la Pascua es “barrer la levadura vieja”, todo lo que hay en nosotros de viejo, de maldad, y empezar a ser “masa nueva”, pan de amor y de verdad, pan de justicia y solidaridad. Es un reto para cada Pascua, para cada domingo, para cada Eucaristía, para cada día. Es un proceso de renovación que no termina.
- Evangelio: Juan 20,1-9: Cristo ha resucitado. La primera noticia de la resurrección fue para María Magdalena, la que más buscaba, la que más amaba. Fue “al amanecer”, porque siempre que es Pascua amanece. Los primeros signos pascuales fueron tres: losa quitada, tumba vacía, vendas en el suelo. Recordemos los tres signos primeros de la Navidad: pesebre, pañales, niño. En ambos casos, tres cosas pequeñas, pero que apuntan muy lejos y muy alto. Después los apóstoles predilectos, el que más amaba y el que más creía. Corrían, movidos por el amor y la esperanza. Empezó a amanecer también para ellos. Empezaron a creer.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo: Iniciamos la Semana Santa con la invitación de vivirla como un retiro espiritual. Hoy culminamos ese retiro con esta solemnidad de la Pascua del Señor. Hemos intentado a lo largo de estos días santos no sólo meditar, sino comulgar con la pasión de Jesucristo. En la homilía del Viernes Santo, recordábamos que la historia de la pasión de Cristo, a pesar de ser una historia de mucho sufrimiento, tenía un final feliz. La vida de Cristo no acabó en la tumba. Jesucristo resucitó. La resurrección de Jesús es el centro de nuestra fe. San Jerónimo decía que “el sepulcro de Cristo fue la cuna del cristianismo”.
Y esto ¿por qué? ¿Por qué es la resurrección de Cristo el fundamente de nuestro fe? Porque toda la vida de Cristo adquiere su verdadera dimensión salvadora a la luz de la resurrección. Mirad, hemanos/as: profetas ha habido muchos; iniciadores de religiones, también; mujeres y hombres grandes en la historia de la humanidad. Pero todos ellos acabaron muriendo y se conservan sus restos como recuerdo de unas vidas entregadas al servicio de los demás. Pero éste no es el caso de Jesucristo. Él RESUCITÓ. La resurrección de Cristo es un punto de inflexión en la historia de la humanidad y el culmen de las maravillas que Dios ha hecho a favor de sus hijos.
Todo empieza a ser nuevo a partir de la Resurrección. Todo huele a primavera a partir de la Pascua. Todos estrenamos el hombre nuevo. Y todos los elementos que se que se utilizan en la gran Vigilia, el fuego, la luz, el agua, el pan y el vino, todo es nuevo porque Dios nos quiere hacernos nuevos en este nuevo día.
Las lecturas que nos sugiere la liturgia pascual, tomadas del Antiguo y Nuevo Testamento, nos recuerdan que Dios está siempre de parte de los hombres e interviene en sus vidas para liberarlos, movido por amor. Así lo hemos escuchado en el libro del Génesis (creación del mundo de la nada), el Éxodo (liberación de los israelitas del poder omnímodo del Faraón), el profeta Ezequiel (reorganización y purificación de un pueblo disperso y contaminado por la idolatría). Hemos escuchado el imperativo del apóstol: “Barred la levadura vieja para ser una masa nueva”. Levadura vieja significa “corrupción y maldad”, significa injusticia e insolidaridad, significa cansancio y desesperanza, significa rutina y conformismo, significa desgana y pesimismo.
Con esta celebración, proclamamos que lo viejo ya pasó, queda atrás, en la cruz de Jesucristo. Ahora toca lo nuevo, “los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”, los panes nuevos del amor y la solidaridad, los panes limpios de la justicia y la libertad, los panes recientes del servicio y la acogida, los panes dulces de la misericordia y la ternura.
En una oración de la Vigilia pedimos: “Mira con bondad a tu Iglesia, sacramento de la nueva Alianza… Que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y vuelve a su integridad primera”. Esto es la Pascua, levantar lo abatido y renovar lo viejo, purificar lo manchado y embellecer lo feo, liberar lo cautivo y alegrar lo triste, alentar lo desanimado y currar lo enfermo, resucitar lo muerto.
Lo pedimos primero para nosotros. Siempre quedará algo que limpiar, algo que curar o liberar, algo que renovar, o al menos algo que embellecer y santificar. Cada Pascua es una exigencia constante, como cada Eucaristía. Revestirse del hombre nuevo, que es Jesucristo, exige una adaptación permanente a la realidad del Señor.
Lo pedimos también para los demás. Es el compromiso de contagiar la Pascua, de hacerse fermento pascual, de completar lo que falta a la resurrección de Jesucristo. Esto exige:
- Acercarse al caído y levantar al abatido. Son tantos los que están derrotados y agobiados por el peso de la miseria, la crisis, el paro, el desempleo y el subdesarrollo, por la falta de medios necesarios para vivir, por los fardos que otros les cargan, por el sufrimiento de la enfermedad, la muerte, por tantos y tantos problemas.
- Limpiar lo manchado y renovar lo viejo. Nuestro mundo es sucio, feo, manchado y viejo. Existen las rivalidades de siempre, las desigualdades de siempre, los egoísmos, las dictaduras y tiranías de siempre, los vicios de siempre. Mucha vejez.
- Alegrar al triste y alentar al desanimado. Encontramos a muchos hermanos que arrastran torpemente la vida, que caminan con infinita desgana, que prefieren abrazar el pesimismo y el sinsentido. Y encontramos tantos niños de mirada triste, perdida, tantas mujeres maltratadas, enlutadas y apagadas, tantos hombres deprimidos. Acerquémonos a todos ellos para contagiarles la alegría de la resurrección del Señor. Amén.
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